PROLEGÓMENO
El vampiro llega y entra volando en tu habitación. No tenés adver-
tencia previa de su llegada porque su vuelo es silencioso, sibilante
viento. Y por supuesto, llega de noche. Las sábanas pueden rodear
tu cuerpo, sos una forma nada más en la luz recortada, pero él te
ve, te mira con ojos llenos de dulzura, percibe dónde está en vos
lo que él quiere -que es muy tuyo- o en
realidad, lo que necesita para su supervi-
vencia, y certero, va.
Nadando en sangre te encontrás porque
tu cama no es más cama, sino el lugar
donde la sangre se convirtió en tu ambi-
ente natural.
El vampiro no te aniquila, no da el tiro de
gracia, porque eso acabaría con su medio
de vida. El vampiro simplemente chupa,
de a poco, se relame en eso que te es
vital. Cuando está extasiado, le sucede en
el éxtasis de la lujuria. Hay asco y rechazo
y el vampiro desearía en ese momento
tener el botón mágico que expulse a su
víctima exangüe de su lado. No lo tiene.
Opta por irse volando nuevamente en la
noche, tan silenciosamente como vino.
Tirada, blanca piel, sin sangre, solo esperás el momento en que
vuelva a aparecer, porque aquello que te quita la fuerza para le-
vantarte es lo mismo que te mantiene atada de un hilo a la noche
del tiempo.