C(h)arácter Vol 2 May-June 2013 | Page 87

volando con vigor, a veces creía ser parte de la historia y se comportaba como tal, otros veces se enfurecía con el villano de la historia y leía amargado esperando que ese cruel despiadado fuera derrotado. De alguna manera se identificaba en esos cuentos, esos cálidos relatos de hadas mágicas y místicos elfos, hechiceros poderosos y peligrosos dragones. Al llegar a la finca Juan se sintió aliviado, le palpitaba fuertemente la cabeza de tanto leer en el carro, y por fin habían llegado a tierra firme. Por su incansable deseo de leer, no percibió el paisaje que lo rodeaba. La finca estaba enclavada en el centro de magníficos cerros, repletos de frondosos árboles rellenos de toda clase de frutas que con su aroma creaban un desfile de apasionantes olores, desde el olor dulzón de un mango rojizo hasta el aroma fuerte y penetrante de una acida mandarina; se formaba un delgado arroyo muy cerca de la finca que después se convertía en un inmenso río que, como espejo, reflejaban la majestuosidad de los nevados y del cielo, el cual parecía ser uno solo con el vasto río, como si fueran el uno para el otro, pero los separara la triste capa de aire que todo lo rodea. El silencio era inexistente en ese lugar; los sonidos de la caída del agua de una empinada cascada se entremezclaban con el croar de una pareja de ranas y, a lo lejos, el apasionado cantar de toda clase de pájaros, semejaban una orquesta de unión y alegría, mientras el viento mecía sonoramente las ramas más altas de los árboles. De día las nubes parecían hacer un acuerdo para no ocultar al sol; para que irradiara con toda su potencia al fino campo que de noche aparentaba ser un desierto aventurero por el incandescente resplandor blancuzco de la luna y por los efímeros destellos de millones de luciérnagas que vagaban sin rumbo iluminando todo a su paso. La finca era una mansión gigantesca, con centenares de habitaciones y espacios para hacer toda clase de deportes. Estaba decorada con finos elefantes de marfil y mármol en las paredes; había campanas de todo tipo, y una docena de empleados domésticos. Lo único que llamó la atención de Juan fue un pequeño hombre con gorro rojo puntiagudo y túnica azul que llegaba casi hasta las rodillas, y con un pantalón ajustado de color verde sentado en la entrada de la finca. Intrigado, pregunto a su abuelo, Álvaro, quien respondió que el pequeño hombrecito era un gnomo de cera que según la leyenda, protegía a la finca de todos los males que pudieran atacarla. Juan la apreció un rato, pero siguió con un poco de miedo a continuar con su libro. 87