C(h)arácter Vol 2 May-June 2013 | Page 86

C(H)ARÁCTER ilimitados en las calles o bancos y muchas más muestras de violencia urbana; sin embargo la gente adinerada pasaba protegida de la mayoría de estos problemas o al menos las molestias eran más sutiles en la casta social alta. A esta posición pertenecía Juan Miguel Rodríguez, un joven de 1 6 años con tez trigueña, de altura promedio, anteojos gigantescos y cabello castaño oscuro. Él vivía, junto con sus padres y dos hermanos, en la capital de este retraído pueblo colombiano. La capital era el centro comercial de Colombia, por lo tanto había mucho comercio, tecnología, edificios, y personas, pero sin embargo predominaba al igual que en todo el país la terrible violencia. Juan era consciente de la situación de su patria y de su mundo en general y buscaba escapar y refugiarse de su realidad metiéndose de cabeza en mundos de aventuras y romance, pasión y amoríos, paisajes inmaculados y gente cálida; Juan se cobijaba en los libros donde se abrían oportunidades infinitas de pertenecer a un mundo ajeno. Tan apartado estaba Juan Miguel de su realidad, cargada de violencia y maltratos, que casi no convivía con la gente alrededor. Sus padres hacían esfuerzos para acercarlo a la familia, pero él estaba perdido en mundos de valientes caballeros, románticos amantes y amistades duraderas y sinceras. Juan asistía a una prestigiosa escuela donde tenía un desempeño académico regular. Sin embargo, Juan era inseguro y tímido y se sentía apartado. No se creía parte del colegio y de su familia. En sus tiempos libre volaba a la biblioteca donde ocultaba detrás de unas hojas la tristeza que lo embargaba por no ser como los demás, por no tener amigos, en fin, por no ser aceptado. La preocupación de sus padres se acentuó al ver que su hijo no tenía relaciones con nadie, soñaban que quizás hablara con alguien en los recreos, o practicara algún deporte con sus primos, o se internara en algún club de verano; pero él negaba brevemente todo intento de sus padres por integrarlo a la sociedad y se escondía nuevamente en el paraíso que los libros le ofrecían. Como solución sus padres decidieron viajar con Juan a la finca de los abuelos, Álvaro y Magdalena, en época de comunión familiar. Luego de mucha insistencia, Juan acepto, pero cargó con él tres libros: “El otoño del Patriarca”, “El designio divino” y el que más le atraía: “Cuentos fantásticos”. Durante el viaje en automóvil, mientras sus padres y hermanos cantaban a voz en cuellos canciones tradicionales, Juan leía intrigado los cuentos fantásticos. Cada vez que leía se sentía feliz. De alguna manera, pleno; pero la sensación que experimentaba al leer esos cuentos era inexpresable, se sentía 86