C(H)ARÁCTER
ilimitados en las calles o bancos y muchas más muestras de violencia
urbana; sin embargo la gente adinerada pasaba protegida de la
mayoría de estos problemas o al menos las molestias eran más sutiles
en la casta social alta.
A esta posición pertenecía Juan Miguel Rodríguez, un joven de 1 6
años con tez trigueña, de altura promedio, anteojos gigantescos y
cabello castaño oscuro. Él vivía, junto con sus padres y dos hermanos,
en la capital de este retraído pueblo colombiano. La capital era el
centro comercial de Colombia, por lo tanto había mucho comercio,
tecnología, edificios, y personas, pero sin embargo predominaba al
igual que en todo el país la terrible violencia. Juan era consciente de la
situación de su patria y de su mundo en general y buscaba escapar y
refugiarse de su realidad metiéndose de cabeza en mundos de
aventuras y romance, pasión y amoríos, paisajes inmaculados y gente
cálida; Juan se cobijaba en los libros donde se abrían oportunidades
infinitas de pertenecer a un mundo ajeno. Tan apartado estaba Juan
Miguel de su realidad, cargada de violencia y maltratos, que casi no
convivía con la gente alrededor.
Sus padres hacían esfuerzos para acercarlo a la familia, pero él estaba
perdido en mundos de valientes caballeros, románticos amantes y
amistades duraderas y sinceras. Juan asistía a una prestigiosa escuela
donde tenía un desempeño académico regular. Sin embargo, Juan era
inseguro y tímido y se sentía apartado. No se creía parte del colegio y
de su familia. En sus tiempos libre volaba a la biblioteca donde
ocultaba detrás de unas hojas la tristeza que lo embargaba por no ser
como los demás, por no tener amigos, en fin, por no ser aceptado.
La preocupación de sus padres se acentuó al ver que su hijo no tenía
relaciones con nadie, soñaban que quizás hablara con alguien en los
recreos, o practicara algún deporte con sus primos, o se internara en
algún club de verano; pero él negaba brevemente todo intento de sus
padres por integrarlo a la sociedad y se escondía nuevamente en el
paraíso que los libros le ofrecían.
Como solución sus padres decidieron viajar con Juan a la finca de los
abuelos, Álvaro y Magdalena, en época de comunión familiar. Luego
de mucha insistencia, Juan acepto, pero cargó con él tres libros: “El
otoño del Patriarca”, “El designio divino” y el que más le atraía:
“Cuentos fantásticos”. Durante el viaje en automóvil, mientras sus
padres y hermanos cantaban a voz en cuellos canciones tradicionales,
Juan leía intrigado los cuentos fantásticos. Cada vez que leía se sentía
feliz. De alguna manera, pleno; pero la sensación que experimentaba
al leer esos cuentos era inexpresable, se sentía
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