C(H)ARÁCTER
Era una criatura flácida y terriblemente alta, parecida al más viejo de los
Hierosolimitanos que solían acampar en la finca. Era negro, totalmente tosco,
poseía nueve patas protuberantes y una mandíbula épicamente colosal. De
inmediato Giba y Ogiba reconocieron que era uno de aquellos soldados profanos
de Arragmed. Ogiba era totalmente débil, inservible e insignificante en aquella
situación. Parecía una comedia macabra en la cual dos dioses gigantes se
enfrentaban en lucha. Mientras una pequeña hormiga observaba extasiada, la
batalla inició Giba ordenó a su nuevo amigo que se escondiera tras un árbol.
Mientras tanto, el soldado y la criatura se abalanzaban entre sí, clavándose sus
terribles colmillos, y colmando el ambiente en una carnicería. Después de un rato,
había más de treinta y siete soldados, todos contra Giba, pero él seguía la tierra
temblaba por las pisadas de aquellos luchadores, mientras que al mismo tiempo
era bombeada sangre multicolor a todos los rincones existentes. Pasó un lapso
de diez minutos hasta que ya sólo estaban dos personajes en escena: Giba y el
solado numero treinta y siete. Giba se abalanzó y le enterró abruptamente siete
colmillos en la garganta. Aquel otro no soportó. Cayó e hizo rebotar el piso. Fue
tan estrepitosa la caída, que el hombre se golpeó en la cabeza por la rama del
manzano que tenía al lado, ya que había perdido el equilibrio. Entonces Giba se
dirigió a Ogiba, y herido, ordenó que siguieran caminando. A medida que
caminaban, las heridas de forma increíble, pero lenta, se iban sanando
Después de siete minutos divisaron la increíble ciudad de Cuenca. Se podían
percibir grandísimas y prodigiosas estructuras antiguas, las cuales posaban de
forma poética en la oscuridad, y las cuales, junto al reflejo de la luna, iluminaban a
los melancólicos transeúntes y polizontes perdidos. Giba no aguanto la emoción,
y con mirada de emprendedor y soñador, miró al opaco e infinito horizonte y dijo:
“Llegamos ”.
A continuación, se dirigieron a una mística capilla de muros rojizos, opacos y
toscos. Ingresaron ahí. No había nadie. Estaba vacío. Solamente se escuchaban
los pasos de los dos nuevos transeúntes sobre las baldosas de mármol que
recubrían el lugar En seguida, Giba consiguió de forma extraordinaria dialogar
con unos escritos, los cuales estaban tallados en una de las macizas paredes
rojas. Se encontraban en una lengua que Ogiba jamás había escuchado.
Después de un rato inició la conversación
-Tendremos que volver en siete días aún no podemos entrar. Debemos
prepararnos y resistir todas las cosas que nos atormentarán en el transcurso de
esos días. Sin embargo, tranquilo estoy seguro de que estos días serán
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