CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATES | Page 74

Todos se apretujaron contra la puerta. —¡Oh, mira, abuelo, mira!—gritó Charlie. —¡Ardillas! —chilló Veruca Salt. —¡Caray! —dijo Mike Tevé. Era un espectáculo asombroso. Alrededor de una gran mesa había cien ardillas sentadas en altos taburetes. Sobre la mesa había montañas y montañas de nueces, y las ardillas trabajaban como locas partiendo las nueces a tremenda velocidad. —¿Por qué utiliza ardillas? —preguntó Mike Tevé—. ¿Por qué no utiliza a los Oompa-Loompas? —Porque —dijo el señor Wonka— los Oompa-Loompas no pueden sacar las nueces de sus cáscaras sin romperlas. Siempre las rompen en dos. Nadie excepto las ardillas pueden sacar las nueces enteras de su cáscara. Es muy difícil. Pero en mi fábrica insisto en que sólo se utilicen nueces enteras. Por lo tanto, necesito ardillas para hacer ese trabajo. ¿No es maravilloso ver cómo parten esas nueces? Y mirad cómo golpean las nueces con los nudillos para asegurarse de que no están malas. Si está mala, suena a hueco, y ni se molestan en abrirla. La tiran por el agujero de los desperdicios. ¡Mirad! ¡Allí! ¡Mirad a esa ardilla que está cerca de nosotros! ¡Creo que ha encontrado una nuez mala! Todos miraron a la pequeña ardilla mientras ésta golpeaba la nuez con los nudillos. Inclinó hacia un lado la cabeza, escuchando atentamente, y luego, de repente, arrojó la nuez por encima de su hombro a un enorme agujero que había en el suelo. —¡Eh, mamá! —gritó de pronto Veruca Salt—. ¡He decidido que quiero una ardilla! ¡Cómprame una de esas ardillas! —No seas tonta, cariño —dijo la señora Salt—. Todas esas ardillas pertenecen al señor Wonka. —¡Eso no importa! —gritó Veruca—. Quiero una. En casa sólo tengo dos perros, cuatro gatos, seis