El Oompa-Loompa hizo una reverencia y sonrió enseñando hermosos dientes blancos. Su piel era casi
negra, y la parte superior de su lanuda cabeza llegaba a la altura de la rodilla del señor Wonka. Levaba la
acostumbrada piel de ciervo echada sobre uno de sus hombros.
—¡Escúchame bien! —dijo el señor Wonka, mirando al diminuto hombrecillo—. Quiero que lleves al
señor y a la señora Gloop a la sección de crema de fresas y les ayudes a encontrar a su hijo Augustus.
Acaba de irse por uno de los tubos.
El Oompa-Loompa dirigió una mirada a la señora Gloop y luego estalló en sonoras carcajadas.
—¡Oh, cállate! —dijo el señor Wonka—. ¡Contrólate un poco! ¡A la señora Gloop no le parece nada
gracioso!
—¡Ya lo creo que no!—dijo la señora Gloop.
—Ve directamente a la sección de fresas —le dijo el señor Wonka al Oompa-Loompa—, y cuando
llegues allí coge un largo palo y empieza a revolver el barril donde se mezcla el chocolate. Estoy casi
seguro de que le encontrarás allí. ¡Pero será mejor que te des prisa! Si lo dejas demasiado tiempo dentro
del barril donde se mezcla el chocolate puede que lo viertan dentro del barril donde se cuece la crema de
fresas, y eso sí que sería un desastre, ¿verdad? ¡Mi crema de fresas quedaría arruinada!
La señora Gloop dejó escapar un grito de furia.
—Estoy bromeando— dijo el señor Wonka, riendo silenciosamente detrás de su barba—. No quise decir
eso. Perdóneme. Lo siento. ¡Adiós, señora Gloop! ¡Adiós señor Gloop! ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Les veré más
tarde...!
Cuando el señor y la señora Gloop y su diminuto acompañante se alejaron corriendo, los cinco
Oompa-Loompas que estaban al otro lado del río empezaron de pronto a saltar y a bailar y a golpear
desenfrenadamente unos pequeñísimos tambores. —¡Augustus Gloop! —cantaban—. ¡Augustus Gloop!
¡Augustus Gloop! ¡Augustus Gloop!
—¡Abuelo —exclamó Charlie—. ¡Escúchalos, abuelo! ¿Qué están haciendo?
—¡Ssshhh! —susurró el abuelo Joe—. ¡Creo que nos van a cantar una canción!
—¡Augustus Gloop!—cantaban los Oompa-Loompas—.