CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATES | Page 46

bastón de puño dorado—. ¡Es todo de chocolate! Hasta la última gota de ese río es chocolate derretido caliente de la mejor calidad. De una calidad insuperable. Hay ahí chocolate suficiente para llenar todas las bañeras del país entero! ¡Y todas las piscinas también! ¿No es fantástico? ¡Mirad esos tubos! Succionan el chocolate y lo llevan a todas las demás dependencias de la fábrica, donde haga falta. ¡Miles de litros por hora, mis queridos niños! ¡Miles y miles de litros! Los niños y sus padres estaban demasiado atónitos para responder. Estaban aturdidos. Estaban alucinados. Estaban admirados y maravillados. Estaban completamente desconcertados por el tamaño de todo ello. Miraban todo con los ojos muy abiertos, sin hablar. —¡La cascada es muy importante! —prosiguió el señor Wonka—. ¡Mezcla el chocolate! ¡Lo bate! ¡Lo tritura y lo desmenuza! ¡Lo hace ligero y espumoso! ¡Ninguna otra fábrica del mundo mezcla su chocolate por medio de una cascada! ¡Pero es la única manera de hacerlo! ¡La única manera! ¿Y os gustan mis árboles? —exclamó, señalándolos con su bastón—. ¿Y mis hermosos arbustos? ¿No os parece que son muy bonitos? ¡Ya os d ije que detestaba la fealdad! ¡Y, por supuesto, son todos comestibles! ¡Todos ellos están hechos de algo diferente y delicioso! ¿Y os gustan mis colinas? ¿Os gustan la hierba y los botones de oro? ¡La hierba que pisáis, mis queridos niños, está hecha de una nueva clase de azúcar mentolado que acabo de inventar! ¡La llamo mintilla! ¡Probad una brizna! ¡Por favor! ¡Es deliciosa! Automaticamente, todo el mundo se agachó y cogió una brizna de hierba; todos, excepto Augustus Gloop, que cogió un enorme puñado. Y Violet Beauregarde, antes de probar su brizna de hierba, se quitó de la boca el chicle con el que había batido el récord mundial y selo pegó cuidadosamente detrás de la oreja. —¿No es maravilloso? —susurró Charlie—.¿No es verdad que tiene un sabor maravilloso, abuelo? —¡Podría comerme el campo entero! —dijo el abuelo Joe, sonriendo de placer—. ¡Podría ponerme a cuatro patas como una vaca y comerme toda la hierba que hay, en el campo! —¡Probad un botón de oro! —dijo el señor Wonka—. ¡Son aun mejores! De pronto, el aire se llenó de gritos excitados. Los gritos provenían de Veruca Salt. Esta señalaba frenéticamente el otro lado del río.—¡Mirad! ¡Mirad allí! —chilló—. ¿Qué es? ¡Se está moviendo! ¡Está caminando! ¡Es una personita! ¡Es un hombrecito! ¡Allí, debajo dela cascada! Todos dejaron de coger botones de oro y miraron hacia el río.