CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATES | Page 45

15 El Recinto del Chocolate —¡Esta es una estancia muy importante! — exclamó el señor Wonka, extrayendo un manojo de llaves de su bolsillo —e introduciendo una de ellas en la cerradura de la puerta—. ¡Este es el centro neurálgico de la fábrica entera, el corazón de todo el sistema! ¡Y es tan hermoso! ¡Yo insisto en que mis habitaciones sean hermosas! ¡No puedo soportar la fealdad en las fábricas! ¡Vamos adentro! ¡Pero tened cuidado, mis queridos niños! ¡No perdáis la cabeza! ¡No os excitéis demasiado! ¡Mantened la calma! El señor Wonka abrió la puerta. Cinco niños y nueve adultos se apresuraron a entrar, y ¡qué espectáculo más asombroso se presentó ante sus ojos! Lo que veían desde allí era un magnífico valle. Había verdes colinas a ambos lados del valle, y en el fondo del mismo fluía un ancho río de color marrón. Es más, había una enorme cascada en el río, un escarpado acantilado sobre el que el agua rodaba y ondulaba en una sólida capa, y luego se estrellaba en un hirviente, espumoso remolino de salpicaduras. Debajo de la cascada (y éste era el espectáculo más maravilloso de todos) una masa de enormes tubos de vidrio colgaba sobre el río desde algún sitio del techo, a gran altura. Eran realmente enormes estos tubos. Debía haber al menos una docena, y lo que hacían era succionar el agua oscura y barrosa del río para llevársela a Dios sabe dónde. Y como estaban hechos de vidrio, podía verse fluir el líquido a borbotones en su interior, y por encima del ruido de la cascada podía oírse el interminable sonido de succión de los tubos a medida que hacían su trabajo. Gráciles árboles y arbustos crecían a lo largo de las orillas del río, sauces llorones y alisos y altos rododendros llenos de capullos violetas y rosados. En las colinas crecían miles de botones de oro. —¡Mirad!—exclamó el señor Wonka, bailando excitadamente y señalando el río de color marrón con su