Pronto salió del corredor principal para entrar en un pasaje ligeramente más estrecho. Luego dobló a la
izquierda. Luego otra vez. a la izquierda. Luego a la derecha. Luego a la izquierda. Luego a la derecha.
Luego a la derecha. Luego a la izquierda.
El sitio era como un gigantesco laberinto, con pasillos que llevaban aquí y allá en todas direcciones.
—No te sueltes de mi mano, Charlie —susurró el abuelo Joe.
—¡Fijaos cómo estos pasillos van cuesta abajo!—dijo el señor Wonka—. ¡Estamos yendo bajo tierra!
¡Los recintos más importantes de mi fábrica están bajo tierra!
—¿Por qué?—preguntó alguien.
—¡Porque no habría suficiente espacio para ellos allá arriba! —respondió el señor Wonka—.¡Estos
recintos que vamos a ver ahora son enormes! ¡Son más grandes que campos de fútbol! ¡Ningún edificio
del mundo sería lo bastante grande para contenerlos! ¡Pero aquí, bajo tierra, tengo todo el espacio que
necesito! No hay límite. Todo lo que tengo que hacer es excavar.
El señor Wonka dobló a la derecha. Luego dobló a la izquierda. Volvió a doblar a la derecha. Ahora los
pasillos iban hacia abajo en una pendiente cada vez más pronunciada.
De pronto, el señor Wonka se detuvo. Frente a él había una puerta de brillante metal. El grupo se agolpó a
su alrededor. Sobre la puerta, engrandes letras, decía: RECINTO DEL CHOCOLATE