CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATES | Page 35

12 Lo que decía en el Billete Dorado Charlie entró corriendo por la puerta delantera, gritando:—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! La señora Bucket estaba en la habitación de los abuelos, sirviéndoles la sopa de la cena. —¡Mamá! —gritó Charlie, entrando como una tromba— ¡Mira! ¡Lo tengo! ¡Mira, mamá, mira! ¡El último Billete Dorado! ¡Es mío! ¡Encontré una moneda en la calle y compré dos chocolatinas y la segunda tenía el Billete Dorado y había montones de gente a mi alrededor que querían verlo y el tendero me rescató y he venido corriendo a casa y aquí estoy! ¡ES EL QUINTO BILLETE DORADO, MAMA, Y YO LO HE ENCONTRADO! La señora Bucket se quedó muda, mirándole, y los cuatro abuelos, que estaban sentados en la cama balanceando sendos cuencos de sopa sobre sus rodillas, dejaron caer de golpe sus cucharas y se quedaron inmóviles contra las almohadas. Durante diez segundos aproximadamente reinó un absoluto silencio en la habitación. Nadie se atrevía a moverse o a hablar. Fue un momento mágico. Entonces, muy suavemente, el abuelo Joe dijo: —Nos estás gastando una broma, Charlie, ¿verdad? ¿Te estás burlando de nosotros? —¡No! —gritó Charlie, corriendo hacia la cama y enseñándole el hermoso Billete Dorado para que lo viese. El abuelo Joe se inclinó hacia adelante y lo miró atentamente, tocando casi el billete con la nariz. Los otros le miraban, esperando el veredicto. Entonces, muy lentamente, mientras una lenta y maravillosa sonrisa se extendía por su cara, el abuelo Joe levantó la cabeza y miró directamente a Charlie. El color se le había subido a las mejillas, y tenía los ojos muy abiertos, brillantes de alegría, y en el centro de cada ojo, en el mismísimo centro, en la negra pupila, danzaba lentamente una pequeña chispa de fogoso entusiasmo. Entonces el anciano tomó aliento y de pronto, sin previo aviso, una explosión pareció tener lugar en su interior. Arrojó sus brazos al aire y gritó: —¡Yiiipiiiii! Y al mismo tiempo, su largo cuerpo huesudo se alzó de la cama y su cuenco de sopa salió volando en dirección a la cara de la abuela Josephine, y en un fantástico brinco, este anciano señor de noventa y seis años y medio, que no había salido de la cama durante los últimos veinte años, saltó al suelo