CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATES | Page 36

y empezó a bailar en pijama una danza de victoria. —¡Yiiipiiii! —gritó—. ¡Tres vivas para Charlie! ¡Hurrah! En ese momento, la puerta se abrió, y el señor Bucket entró en la habitación. Tenía frío y estaba cansado, y se le notaba. Llevaba todo el día limpiando la nieve de las calles. —¡Caramba! —gritó—. ¿Qué sucede aquí? No les llevó mucho tiempo contarle lo que había ocurrido. —¡No puedo creerlo! —dijo el señor Bucket—. ¡No es posible! —¡Enséñale el billete, Charlie! —gritó el abuelo Joe, que aún seguía bailando por la habitación como un derviche con su pijama a rayas—. ¡Enséñale a tu padre el quinto y último Billete Dorado del mundo! —Déjame ver, Charlie —dijo el señor Bucket, desplomándose en una silla y extendiendo la mano. Charlie se acercó con el precioso documento. Era muy hermoso este Billete Dorado; había sido hecho, o así lo parecía, de una hoja de oro puro trabajada hasta conseguir la finura del papel. En una de sus caras, impresa en letras negras con un curioso método, estaba la invitación del señor Wonka. —Léela en voz alta —dijo el abuelo Joe, volviéndose a meter por fin en la cama—. Oigamos exactamente lo que dice. El señor Bucket acercó a sus ojos el precioso Billete Dorado. Sus manos temblaban ligeramente, y parecía estar muy emocionado. Tomó aliento varias veces. Luego se aclaró la garganta y dijo:—Muy bien, lo leeré. Allá va: