CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATES | Page 23

La posibilidad tenía que estar allí. Esta chocolatina tenía tantas posibilidades como cualquier otra de contener el Billete Dorado. Y por eso todos los abuelos y los padres estaban en realidad nerviosos y excitados corno Charlie, a pesar de que fingían estar muy tranquilos. —Será mejor que te decidas a abrirla o llegarás tarde a la escuela ——dijo el abuelo Joe. —Cuanto antes lo hagas, mejor—dijo el abuelo George. —Ábrela, querido —dijo la abuela Georgina—. Ábrela, por favor. Me estás poniendo nerviosa. Muy lentamente los dedos de Charlie empezaron a rasgar una esquina del papel del envoltorio. Los ancianos se incorporaron en la cama, estirando sus delgados cuellos. Entonces, de pronto, corno si no pudiese soportar por más tiempo el suspense, Charlie desgarró el envoltorio por el medio... y sobre sus rodillas cayó... una chocolatina de cremoso color marrón claro. Por ningún sitio se veían rastros de un Billete Dorado. —¡Y bien, ya está! —dijo vivamente el abuelo Joe—, Es justamente lo que nos imaginábamos. Charlie levantó la vista. Cuatro amables rostros le miraban atentamente desde la cama. Les sonrió, una pequeña sonrisa triste, y luego se encogió de hombros, recogió la chocolatina, se la ofreció a su madre y dijo:—Toma, mamá, coge un trozo. La compartiremos. Quiero que todo el mundo la pruebe. —¡Ni hablar! —dijo la madre. Y los demás exclamaron:—¡No, no! ¡Ni soñarlo! ¡Es toda tuya! —Por favor —imploró Charlie, volviéndose y ofreciéndola al abuelo Joe. Pero ni él ni nadie quiso aceptar siquiera un mordisquito. —Es hora de irte a la escuela, cariño —dijo la señora Bucket, rodeando con su brazo los delgados hombros de Charlie—. Date prisa o llegarás tarde.