CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATES | Page 24

8 Se encuentran otros dos Billetes Dorados Aquella tarde el periódico del señor Bucket anunciaba el descubrimiento no sólo del tercer Billete Dorado, sino también del cuarto. DOS BILLETES DORADOS ENCONTRADOS HOY, gritaban los titulares. YA SOLO FALTA UNO. —Está bien —dijo el abuelo Joe, cuando toda la familia estuvo reunida en la habitación de los ancianos después de la cena—, oigamos quién los ha encontrado. —El tercer billete —leyó el señor Bucket, manteniendo el periódico cerca de su cara porque sus ojos eran débiles y no tenía dinero para comprarse unas gafas—, el tercer billete lo ha encontrado la señorita Violet Beauregarde. Reinaba un gran entusiasmo en la casa de la señorita Beauregarde cuando nuestro periodista llegó para entrevistar a la afortunada joven; las cámaras fotográficas estaban en plena actividad, estallaban los fogonazos de los flashes y la gente se empujaba y daba codazos intentando acercarse un poco más a la famosa muchacha. Y la famosa muchacha estaba de pie sobre una silla en el salón agitando frenéticamente el Billete Dorado a la altura de su cabeza como si estuviese llamando a un taxi. Hablaba muy de prisa y en voz muy alta con todos, pero no era fácil oír lo que decía porque al mismo tiempo mascaba furiosamente un trozo de chicle. «Normalmente, yo suelo mascar chicle», gritaba, «pero cuando me enteré de este asunto de los billetes del señor Wonka dejé a un lado el chicle y empecé a comprar chocolatinas con la esperanza de tener suerte. Ahora, por supuesto, he vuelto al chicle. Adoro el chicle. No puedo pasarme sin él. Lo mastico todo el tiempo salvo unos pocos minutos a la hora de las comidas, cuando me lo quito de la boca y me lo pego detrás de la oreja para conservarlo. Si quieren que les diga la verdad, simplemente no me sentiría cómoda si no tuviese ese trocito de chicle para mascar durante todo el día. Es cierto. Mi madre dice que eso no es femenino y que no hace buena impresión ver las mandíbulas de una chica subiendo y bajando todo el tiempo como las mías, pero yo no estoy de acuerdo. Y además, ¿quién es ella para criticarme? Porque si quieren mi opinión, yo diría que sus mandíbulas suben y bajan casi tanto como las mías cuando me grita a todas horas.»