todo lo que tuviese dentro la más mínima cantidad de oro, y, por un momento, pareció que con esto se
había hallado la solución. Pero desgraciadamente, mientras el profesor estaba enseñando al público su
aparato en el mostrador de golosinas de unos famosos almacenes, el brazo mecánico salió disparado e
intentó apoderarse del relleno de oro que tenía en una muela una duquesa que se encontraba por allí. Hubo
una escena muy desagradable, y el aparato fue destrozado por la multitud.
De pronto, el día antes del cumpleaños de Charlie Bucket, los periódicos anunciaron que el segundo
Billete Dorado había sido encontrado. La afortunada era una niña llamada Veruca Salt, que vivía con sus
acaudalados padres en una gran ciudad lejana. Una vez más, el periódico vespertino del señor Bucket traía
una gran fotografía de la feliz descubridora. Estaba sentada entre sus radiantes padres en el salón de su
casa, agitando el Billete Dorado por encima de su cabeza y sonriendo de oreja a oreja.
El padre de Veruca,el señor Salt, había explicado a los periodistas con todo detalle cómo se había
encontrado el billete. —Veréis, muchachos —había dicho—, en cuanto mi pequeña me dijo que tenía que
obtener uno de esos Billetes Dorados, me fui al centro de la ciudad y empecé a comprar todas las
chocolatinas de Wonka que pude encontrar. Debo haber comprado miles de chocolatinas. ¡Cientos de
miles! Luego hice que las cargaran en camiones y las transportaran a mi propia fábrica. Yo tengo un
negocio de cacahuetes, ¿comprendéis?, y tengo unas cien mujeres que trabajan para mí allí en mi local,
pelando cacahuetes para tostarlos y salarlos. Eso es lo que hacen todo el día esas mujeres, se sientan allí a
pelar cacahuetes. De modo que les digo: «Está bien, chicas, de ahora en adelante podéis dejar de pelar
cacahuetes y empezar a pelar estas ridículas chocolatinas.» Y eso es lo que hicieron. Puse a todos los
obreros de la fábrica a arrancar los envoltorios de esas chocolatinas a toda velocidad de la mañana a la
noche.