Charles Dickens | Page 98

-¿A qué hora -dijo míster Micawber- podré ...? -A eso de las ocho --dijo míster Quinion. -Estaré a era hora -dijo míster Micawber-. Le deseo muy buenos días, míster Quinion, y no quiero entretenerle más. Se puso el sombrero y salió con el bastón debajo del brazo, muy tieso y canturreando en cuanto estuvo fuera de l almacén. Míster Quinion me aconsejó entonces muy seriamente que trabajara todo lo más posible en la casa, y me dijo que se me pagarían seis chelines por semana (no estoy seguro de si eran seis o siete; mi inseguridad me hace creer que primero debieron de ser seis, y después siete). Me pagó una semana por adelantado (creo que de su bolsillo particular), de lo que di seis peniques a Fécula para que llevara aquella misma noche mi maleta a Windsor Terrace; tan pequeña como era, pesaba demasiado para mis fuerzas. También gasté otros seis peniques en mi almuerzo, que consistió en una empanada de came y un trago de agua en una bomba de la vecindad, y pasé la hora que dejaban libre para las comidas paseando por las calles. Aquella noche, a la hora fijada, apareció mister Micawber. Me lavé la cara y las manos para corresponder a su elegancia, y nos fuimos juntos hacia nuestra casa, como supongo que la llamaré desde ahora. Mister Micawber, durance el camino, me hacía fijarme en los nombres de las calles, en las fachadas de las casas y en las esquinas, para que pudiera encontrar fácilmente el camino a la mañana siguiente. Llegamos a su casa de Windsor Terrace (que me pareció tan mezquina como él y con sus mismas pretensiones); me presentó a su señora, una mujer delgada y pálida, nada joven ya, que estaba sentada en una habitación (el primer piso estaba ya sin muebles y tenían echados los estores para engañar a los vecinos), dando de mamar a un niño. Este niño era uno de los dos mellizos, y puedo asegurar que nunca en toda mi intimidad con la familia vi a los dos mellizos fuera de los brazos de su madre al mismo tiempo. Uno de ellos siempre tenía que mamar. También tenían otros dos niños, uno de cua tro años y una niña, todo lo más, de tres. También había en la casa una muchacha muy morena que les servía. Tenía costumbre de resoplar, y me informó antes de media hora de que era huérfana y había salido del orfelinato de San Lucas para ir allí. Mi habitación estaba en el último piso, en la parte de atrás; una habitación pequeña, cubierta de un papel que parecía de obleas azules, y muy escasamente amueblada. -Nunca hubiera pensado -dijo mistress Micawber, cuando subió con niño y todo a enseñarme mi habitación, y sentándose para tomar aliento- antes de mi matrimonio, cuando vivía con papá y mamá, que me vería en la necesidad de tomar un huésped. Pero míster Micawber está pa sando por circunstancias tan difíciles, que toda consideración de otro género debe ser desechada. Yo dije: -Sí, señora. -La s dificultades de míster Micawber -prosiguió son casi insuperables por ahora, y no sé si conseguirá salir de ellas. Cuando yo vivía con papá y mamá no llegaba a comprender lo que quería decir la palabra pobreza en el sentido en que ahora la empleo; pero la experiencia es maestra, como acostumbraba a decir mi papá. Por más que pienso no consigo recordar si me dijo que míster Micawber había sido oficial de Marina, o si lo inventé yo; únicamente sé que ahora estoy convencido de que en alguna época había pertenecido a la Marina, pero no sé por qué. En aquella época era viajante de diferentes casas de co mercio; pero me temo que aquello le daba muy poco o casi nada.