causa de la semejanza del color pálido de su rostro con el de la patata. El padre de Fécula
era aguador, y unía a esta profesión la distinción de ser bombero en uno de los teatros
más grandes de la ciudad, donde otros parientes de Fécula, creo que su hermana, hacía de
enano en las pantomimas.
Ninguna palabra puede expresar la secreta agonía de mi alma al verme entre aquellos
compañeros, cuando los comparaba con los compañeros de mi dichosa infancia, sin contar con Steerforth, Traddles y el resto de los chicos. Nada puede expresar lo que sentía
viendo desvanecidas todas mis esperanzas de ser algún día un hombre distinguido y culto.
El profundo sentimiento de mi abandono, la vergüenza de mi situación, la desesperación
de mi joven corazón al creer que día tras día todo lo que había aprendido y pensado y d eseado y todo lo que había excitado mi imaginación y mi inteligencia se borraría poco a
poco para no volver nunca. No puede describirse. Tan pronto como Mick Walker se iba,
yo mezclaba mis lágrimas con el agua de fregar las botellas, y sollozaba como si también
hubiera una grieta en mi pecho y estuviera en peligro de estallar.
El reloj del almacén marcaba las doce y media y todos se preparaban para irse a comer,
cuando míster Quinion dio un golpe en la ventana y me hizo seña de que pasara a verle.
Fui, y allí me encontré con un caballero de mediana edad, algo grueso, con americana
oscura y pantalón negro, sin más cabellos sobre su cabeza, que era enorme y presentaba
una superficie brillante, que los que pueda tener un huevo. Se volvió hacia mí. Su ropa
estaba muy raída, pero el cuello de su camisa era imponente. Llevaba una especie de
bastón adornado con dos bellotas y unas lentes pendían fuera de su americana; pero más
tarde descubrí que eran decorativas, pues no las utilizaba y no veía nada en absoluto si las
ponía delante de sus ojos.
-Este es --dijo míster Quinion señalándome.
-¿Este -dijo el desconocido con cierta condescendencia en la voz y cierta indescr iptible
pretensión de estar ha ciendo algo muy distinguido, lo que me impresionó- es míster
Copperfield? ¿Sigue usted bien?
Le dije que estaba muy bien y que esperaba que él también lo estuviera. Estaba bastante
mal e incómodo, Dios lo sabe; pero no era natural en mí quejarme en aquella época de mi
vida. Así, dije que me encontraba bien y que esperaba que él también lo estuviera.
-Muy bien, muchas gracias -dijo el desconocido- He recibido un a carta de míster
Murdstone en la que me dice desearía recibiera en una habitación de mi casa que está
ahora desocupada, en una palabra, que está para alquilar -dijo con una sonrisa y en un
arranque de confianza - como alcoba, al joven principiante a quien tengo ahora el gusto...
Y el desconocido, levantando la mano, metió la barbilla en el cuello de su camisa.
-Es míster Micawber -me dijo míster Quinion.
-Así es --dijo el desconocido-; ése es mi nombre.
-Míster Micawber -dijo míster Quinion-; es cono cido de míster Murdstone y recibe
comisiones para nosotros cuando puede. Ahora míster Murdstone le ha escrito sobre tu
alojamiento, y te recibirá en su casa.
-Mi dirección -dijo míster Micawber --es Windsor Terrace, City Road; en una palabra
-añadió con el mismo aire distinguido y en otro arranque de confianza-, vivo allí.
Le saludé.
-Bajo la impresión -dijo míster Micawber- de que quizá sus peregrinaciones por esta
metrópoli no han sido todavía muy extensa y de que pueda usted encontrar alguna
dificultad para penetrar en el arcano de la moderna Babilonia; en resumen -dijo míster
Micawber en un nuevo gesto de confianza-: como podría usted perderse, tendré mucho
gusto en venir esta noche a buscarle para enseñarle el camino más corto.
Le di las gracias de todo corazón por la amistosa molestia que se quería tomar por mí.