-Sí, inteligencia no le falta --dijo míster Murdstone con impaciencia-; pero harías mejor
dejándole marcharse; no te agradece que lo estés molestando.
Al oír esto, míster Quinion me soltó, y yo me dirigí a casa. Volviéndome a mirarlo al
entrar en el jardín, vi a mí ster Murdstone apoyado en la tapia del cementerio hablando
con su amigo. Los dos me miraban, y tuve la sensación de que hablaban de mí.
Míster Quinion durmió aquella noche en nuestra casa. A la mañana siguiente, después
del desayuno, coloqué mi silla, e iba a irme cuando míster Murdstone me llamó, se sentó
gravemente delante de una mesa y su hermana se puso en su pupitre. Míster Quinion, de
pie, con las manos en los bolsillos, miraba por la ventana; yo los miraba a todos.
-David - me dijo míster Murdstone-: cuando se es joven se está en el mundo para
trabajar y no para soñar ni ha raganear.
---Como haces tú -añadió su hermana.
-Jane, déjame hablar, haz el favor. Digo, David, que la gente joven está en el mundo
para la acción y no para soñar ni para haraganear. Y con mayor motivo tratándose de un
muchacho de tu carácter, que necesita corregirse mucho y al que no se pude hacer mejor
servicio que obligarle a que se acostumbre a trabajar, que es lo único que puede doblegarle.
-Y que en el trabajo de nada sirve la terquedad; se les doblega lo que hace falta
-interrumpió su hermana.
Él le dirigió una mirada, mitad de reproche, mitad de aprobación, y continuó:
-Supongo que sabes, David, que yo no soy rico, y en todo caso lo sabes ahora. Has
recibido ya una educación costosa. Las pensiones son caras, y aun cuando no lo fueran,
no te enviaría a ninguna. Pienso que no sería beneficioso para ti. En el mundo has de
tener que luchar con la vida; por lo tanto, cuanto antes empieces, mejor.
Yo pensé que me parecía que ya había empezado a luchar en mi pobre camino, o por lo
menos se me ocurre ahora.
-¿Has oído hablar alguna vez de nuestra casa de comercio? --dijo míster Murdstone.
-¿La casa de comercio? -repetí.
-La casa de Murdstone y Grimby, en la venta de vinos -replicó.
Supongo que parecía dudar, pues continuó precipitada mente:
-¿No has oído hablar de la casa, o de los negocios, o de las bodegas, o de algo así?
-Me parece que sí he oído algo de negocios -dije, recordando que había oído vagamente
algo de sus recursos y los de su hermana, pero que no sabía cuándo.
-Eso es lo de menos -replicó- Míst er Quinion es el director de ella.
Le miré con respeto, mientras él wguía asomado a la ventana.
-Míster Quinion dice que allí hay varios muchachos empleados y que no hay razón para
que tú no puedas ir en la mismas condiciones que ellos.
-En el caso -observó míster Quinion en voz baja dando media vuelta- de no tener otro
remedio, Murdstone.
Míster Murdstone, con gesto de impaciencia y malhumorado, continuó, sin hacer caso
de lo que le decían:
-Las condiciones son que ganarás lo bastante para co mer y tener algún dinero en el
bolsillo. De tu alojamiento yo me ocuparé, igual que del lavado y planchado de tu ropa.
-Hasta llegar a una cantidad que me pareciese conveniente --dijo su hermana.
-También me ocuparé de tus vestidos -dijo míster Murdstone- puesto que todavía no
eres capaz de valerte por ti mismo. Así es que vas a ir a Londres, David, con mister
Quinion, a empezar una vida por tu propia cuenta.
-En una palabra: estás empleado -observó su hermana-, y trata de cumplir con tu deber.