Charles Dickens | Page 95

-Sí, inteligencia no le falta --dijo míster Murdstone con impaciencia-; pero harías mejor dejándole marcharse; no te agradece que lo estés molestando. Al oír esto, míster Quinion me soltó, y yo me dirigí a casa. Volviéndome a mirarlo al entrar en el jardín, vi a mí ster Murdstone apoyado en la tapia del cementerio hablando con su amigo. Los dos me miraban, y tuve la sensación de que hablaban de mí. Míster Quinion durmió aquella noche en nuestra casa. A la mañana siguiente, después del desayuno, coloqué mi silla, e iba a irme cuando míster Murdstone me llamó, se sentó gravemente delante de una mesa y su hermana se puso en su pupitre. Míster Quinion, de pie, con las manos en los bolsillos, miraba por la ventana; yo los miraba a todos. -David - me dijo míster Murdstone-: cuando se es joven se está en el mundo para trabajar y no para soñar ni ha raganear. ---Como haces tú -añadió su hermana. -Jane, déjame hablar, haz el favor. Digo, David, que la gente joven está en el mundo para la acción y no para soñar ni para haraganear. Y con mayor motivo tratándose de un muchacho de tu carácter, que necesita corregirse mucho y al que no se pude hacer mejor servicio que obligarle a que se acostumbre a trabajar, que es lo único que puede doblegarle. -Y que en el trabajo de nada sirve la terquedad; se les doblega lo que hace falta -interrumpió su hermana. Él le dirigió una mirada, mitad de reproche, mitad de aprobación, y continuó: -Supongo que sabes, David, que yo no soy rico, y en todo caso lo sabes ahora. Has recibido ya una educación costosa. Las pensiones son caras, y aun cuando no lo fueran, no te enviaría a ninguna. Pienso que no sería beneficioso para ti. En el mundo has de tener que luchar con la vida; por lo tanto, cuanto antes empieces, mejor. Yo pensé que me parecía que ya había empezado a luchar en mi pobre camino, o por lo menos se me ocurre ahora. -¿Has oído hablar alguna vez de nuestra casa de comercio? --dijo míster Murdstone. -¿La casa de comercio? -repetí. -La casa de Murdstone y Grimby, en la venta de vinos -replicó. Supongo que parecía dudar, pues continuó precipitada mente: -¿No has oído hablar de la casa, o de los negocios, o de las bodegas, o de algo así? -Me parece que sí he oído algo de negocios -dije, recordando que había oído vagamente algo de sus recursos y los de su hermana, pero que no sabía cuándo. -Eso es lo de menos -replicó- Míst er Quinion es el director de ella. Le miré con respeto, mientras él wguía asomado a la ventana. -Míster Quinion dice que allí hay varios muchachos empleados y que no hay razón para que tú no puedas ir en la mismas condiciones que ellos. -En el caso -observó míster Quinion en voz baja dando media vuelta- de no tener otro remedio, Murdstone. Míster Murdstone, con gesto de impaciencia y malhumorado, continuó, sin hacer caso de lo que le decían: -Las condiciones son que ganarás lo bastante para co mer y tener algún dinero en el bolsillo. De tu alojamiento yo me ocuparé, igual que del lavado y planchado de tu ropa. -Hasta llegar a una cantidad que me pareciese conveniente --dijo su hermana. -También me ocuparé de tus vestidos -dijo míster Murdstone- puesto que todavía no eres capaz de valerte por ti mismo. Así es que vas a ir a Londres, David, con mister Quinion, a empezar una vida por tu propia cuenta. -En una palabra: estás empleado -observó su hermana-, y trata de cumplir con tu deber.