-Y además es un muchacho noble y generoso -dije arrastrado por mi tema favorito-; es
imposible expresar todo lo que merece. Nunca le agradeceré bastante la generosidad con
que me ha protegido, siendo yo tan inferior a él por mi edad y mis estudios.
Seguía entusiasmándome cada vez más, cuando mis ojos se posaron en la carita de
Emily, que estaba inclinada sobre la mesa, escuchando con la más profunda atención;
contenía el aliento, tenía rojas las mejillas y sus ojos azules brillaban como joyas. Parecía
escuchar con tan extraordinaria atención y estaba tan bonita, que me detuve sorprendido,
y al callarme yo todos la miraron y se echaron a reír.
-Emily es como yo --dijo Peggotty-; le gustaría verle.
Emily estaba confusa al ver que todos la miraban, y bajó la cabeza ruborizada, y
después nos miró a través de sus rizos, y al ver que seguíamos mirándola (estoy seguro de
que yo por lo menos le hubiera seguido mirando durante horas enteras), se escapó y
estuvo escondida hasta que casi fue la hora de acostarse.
Me acosté en mi antigua cama, en la popa del barco, y el viento vino a quejarse como
antaño. Pero ahora me parecía que se quejaba por los que ya no estaban, y en vez de
pensar que el mar podía subir por la noche y llevarse la barca, pensé que el mar había
subido tanto desde la última vez que oí aquellos ruidos, que había sepultado mi feliz y
tranquilo hogar. Recuerdo que cuando el ruido del viento y del mar fue disminuyendo
añadí una pequeña cláusula a mis rezos, pidiendo a Dios ser pronto un hombre para
casarme con Emily, y así me quedé dulcemente dormido.
Los días transcurrieron muy semejantes a los de hacía un año, excepto (y esto fue una
gran diferencia) que Emily y yo rara vez vagábamos ahora por la playa; ella tenía que hacer sus deberes y labores y estaba ausente casi todo el día. Pero yo sentía que aun sin
estas razones no hubiéramos vuelto a nuestros antiguos paseos; incluso siendo, como era,
salvaje y llena de infantilidad, era también mas mujercita de lo que yo esperaba. Parecía
que se había alejado mucho de mí en poco más de un año. Me quería, pero riéndose y ha ciéndome rabiar, y cuando salía a su encuentro, se me escapaba a casa por distinto
camino, y después me esperaba en la puerta, riéndose al verme volver desilusionado.
Los mejores ratos eran los que pasábamos cuando se sentaba a la puerta con la labor.
Yo me sentaba a sus pies, en los escalones de madera y leía en voz alta. Ahora me parece
que nunca he visto brillar el sol como en aquellas tardes; que nunca he visto una figurita
más luminosa que la suya, sentada a la puerta de la antigua barca; que nunca he admirado
un cielo más azul ni un agua como aquella, ni gloria semejante a la de aquellos barcos
que parecían navegar en el aire dorado.
La primera tarde del día en que llegamos, Barkis apareció del modo mas extraño y con
un paquete de naranjas atadas en un pañuelo. Como no hizo la menor alusión a ella,
supusimos que las había dejado olvidadas al marcharse, y Ham se apresuró a correr tras él
para devolvérselas; pero vino diciendo que eran para Peggotty. Después de esto volvió
todas las tardes a la misma hora y siempre con un paquetito, al que nunca aludía y solía
dejar detrás de la puerta. Estas ofrendas cariñosas eran de lo más extrañas y grotescas.
Entre ellas recuerdo dos cochinillos, un acerico enorme, media fanega de manza nas, un
par de pendientes de azabache, algunas cebollas, una caja de dominó, un canario (pájaro
y jaula) y un jamón.
El modo de cortejar de Barkis, tal como lo recuerdo, era de una originalidad
especialísima. Muy rara vez hablaba; se sentaba junto al fuego, en una actitud muy
parecida a la que tenía en su carro, y miraba fijamente a Peggotty, a quien tenía enfrente.
Una noche, inspirado por su amor, se abalanzó al pedacito de cera que ella usaba para el
hilo, se lo guardó en el bolsillo del chaleco y se lo llevó. Desde entonces, su mayor
deleite era hacerlo aparecer cuando Peggotty lo nece sitaba, sacándolo del bolsillo en un