galantear, y cuando pisamos el empedrado de Yarmouth nos preocupaban demasiado las
sacudidas para poder pensar en otra cosa.
Míster Peggotty y Ham nos esperaban en el sitio de siempre y nos recibieron con la
mayor cordialidad. Yo estreché la mano a Barkis, que tenía el sombrero en la coronilla, la
cara avergonzada y una confusión que parecía comunicarse a sus piernas.
Cada uno de los Peggotty cargó con una de las maletas, y ya nos marchábamos cuando
Barkis me hizo un signo misterioso con su mano para que me acercase.
-Digo -murmuró Barkis- que todo va bien.
Yo le miré a la cara y contesté en un tono que quiso ser profundo:
-¡Ah!
-No es eso todo. Va muy bien.
De nuevo le contesté:
-¡Ah!
-Ya sabía usted que Barkis desde luego estaba dispuesto. Era Barkis, Barkis solamente.
Hice un signo de afirmación.
-Todo va bien --dijo Barkis estrechándome la mano---. Soy su amigo; lo ha hecho usted
todo muy bien, y todo va bien.
En su deseo de explicarse con particular lucidez, Barkis se puso tan
extraordinariamente misterioso, que hubiera po dido permanecer mirándole a la cara
durante una hora sin sacar más provecho que del cuadrante de un reloj parado. Pero
Peggotty me llamó, y me alejé.
Mientras andábamos, me preguntó lo que me había dicho Barkis, y yo le contesté «que
todo iba bien».
-¡Qué atrevimiento! --dijo Peggotty-. Pero me tiene sin cuidado. Davy querido, ¿qué te
parecería si pensara en casarme?
-¿Me seguirías queriendo igual? -dije después de un momento de reflexión.
Y con gran sorpresa de los que pasaban, y de su hermano y sobrino, que iban delante, la
buena mujer no pudo por me nos de abrazarme asegurándome que su cariño era inalterable.
-Pero ¿qué te parecería? - insistió cuando estuvimos otra vez en camino.
-¿Si pensaras en casarte... con Barkis, Peggotty?
-Sí -dijo Peggotty.
-Pues me parecería una buena idea; porque, ¿sabes, Peggotty?, así tendrías siempre el
caballo y el carro para venir a verme, y podrías venir sin que te costase nada.
-¡Qué inteligencia la de este niño! -exclamó Peggotty-. Eso es precisamente lo que yo
estoy pensando desde hace un mes. Sí, precios o, y también pienso que así tendré más
libertad, y que trabajaré de mejor gana en mi casa que en la de cualquier otro, pues no sé
si me acostumbraría a servir a extraños, y así continuaré cerca de la tumba de mi niña
querida -dijo Peggotty a media voz-, y podré ir a verla cuando me dé la gana, y si me
muero me podrán enterrar cerca de ella.
Después de decir esto, guardamos un momento silencio los dos.
-Pero no quiero ni pensar en ello -dijo Peggotty con cariño- si contraría en lo más
mínimo a mi Davy. Aunque se hubieran publicado las amonestaciones treinta y tres ve ces
y ya tuviese el anillo de boda en el bolsillo...
-Mírame, Peggotty, y verás si no estoy realmente contento; es más, que lo deseo de
todo corazón.