Charles Dickens | Page 87

galantear, y cuando pisamos el empedrado de Yarmouth nos preocupaban demasiado las sacudidas para poder pensar en otra cosa. Míster Peggotty y Ham nos esperaban en el sitio de siempre y nos recibieron con la mayor cordialidad. Yo estreché la mano a Barkis, que tenía el sombrero en la coronilla, la cara avergonzada y una confusión que parecía comunicarse a sus piernas. Cada uno de los Peggotty cargó con una de las maletas, y ya nos marchábamos cuando Barkis me hizo un signo misterioso con su mano para que me acercase. -Digo -murmuró Barkis- que todo va bien. Yo le miré a la cara y contesté en un tono que quiso ser profundo: -¡Ah! -No es eso todo. Va muy bien. De nuevo le contesté: -¡Ah! -Ya sabía usted que Barkis desde luego estaba dispuesto. Era Barkis, Barkis solamente. Hice un signo de afirmación. -Todo va bien --dijo Barkis estrechándome la mano---. Soy su amigo; lo ha hecho usted todo muy bien, y todo va bien. En su deseo de explicarse con particular lucidez, Barkis se puso tan extraordinariamente misterioso, que hubiera po dido permanecer mirándole a la cara durante una hora sin sacar más provecho que del cuadrante de un reloj parado. Pero Peggotty me llamó, y me alejé. Mientras andábamos, me preguntó lo que me había dicho Barkis, y yo le contesté «que todo iba bien». -¡Qué atrevimiento! --dijo Peggotty-. Pero me tiene sin cuidado. Davy querido, ¿qué te parecería si pensara en casarme? -¿Me seguirías queriendo igual? -dije después de un momento de reflexión. Y con gran sorpresa de los que pasaban, y de su hermano y sobrino, que iban delante, la buena mujer no pudo por me nos de abrazarme asegurándome que su cariño era inalterable. -Pero ¿qué te parecería? - insistió cuando estuvimos otra vez en camino. -¿Si pensaras en casarte... con Barkis, Peggotty? -Sí -dijo Peggotty. -Pues me parecería una buena idea; porque, ¿sabes, Peggotty?, así tendrías siempre el caballo y el carro para venir a verme, y podrías venir sin que te costase nada. -¡Qué inteligencia la de este niño! -exclamó Peggotty-. Eso es precisamente lo que yo estoy pensando desde hace un mes. Sí, precios o, y también pienso que así tendré más libertad, y que trabajaré de mejor gana en mi casa que en la de cualquier otro, pues no sé si me acostumbraría a servir a extraños, y así continuaré cerca de la tumba de mi niña querida -dijo Peggotty a media voz-, y podré ir a verla cuando me dé la gana, y si me muero me podrán enterrar cerca de ella. Después de decir esto, guardamos un momento silencio los dos. -Pero no quiero ni pensar en ello -dijo Peggotty con cariño- si contraría en lo más mínimo a mi Davy. Aunque se hubieran publicado las amonestaciones treinta y tres ve ces y ya tuviese el anillo de boda en el bolsillo... -Mírame, Peggotty, y verás si no estoy realmente contento; es más, que lo deseo de todo corazón.