Charles Dickens | Page 85

gando de una aldea a otra. También recuerdo que, pensando en aquello, me preguntaba si no sería mejor marcharme como el héroe de una historia para buscar fortuna; pero estas eran visiones transitorias, sueños que hacía despierto, sombras que veía débilmente dibujadas o escritas en la pared de mi habitación y que después se desvanecían dejando la pared vacía. -Peggotty --dije una noche en tono pensativo, mientras me calentaba las manos en el fuego de la cocina -, míster Murdstone me quiere cada vez menos; nunca me ha querido mucho, Peggotty; pero ahora, si pudiera, le gustaría no volver a verme. -Quizá sea a causa de su pena -dijo Peggotty, acariciándome los cabellos. -No, Peggotty, estoy seguro. Yo también estoy triste. Si pudiera creer que era tristeza no pensaría en ello; pero no es eso, no, no es eso. -¿Y cómo sabes que no es eso? -dijo Peggotty después de un silencio. -¡Oh!, la tristeza es otra cosa muy distinta. Ahora, por ejemplo, está triste sentado ante la chimenea con su hermana; pero si entro yo, Peggotty, cambia completamente. -¿Por qué? --dijo Peggotty. -Porque se encoleriza - le contesté imitando involuntariamente su ceño- Si estuviera solamente triste, no me miraría como me mira. Yo, que sólo estoy triste, tengo más ansia que nunca de cariño. Peggotty no dijo nada en un rato, y yo me calenté las manos también en silencio. -Davy -dijo por último. -¿Qué, Peggotty? -He tratado, querido mío, he tratado por todos los medios de encontrar colocación aquí en Bloonderstone; pero no la he encontrado, hijo mío. -¿Y qué piensas hacer, Peggotty? -dije tristemente-. ¿Dónde piensas ir a buscar fortuna? -Creo que me veré obligada a irme a Yarmouth para vivir allí. -Podías ir un poco más lejos --dije, medio en broma-, y sería perderte para siempre. Pero allí podré verte a menudo, mi querida Peggotty; aquello no es del todo el fin del mundo. -Al contrario, gracias a Dios. Mientras estés aquí, que rido mío, yo vendré por lo menos a verte una vez por semana. Esta promesa me quitó un gran peso de encima; pero no era todo, pues Peggotty continuó: -Lo primero, Davy, voy a ir a casa de mi hermano a pa sar quince días, el tiempo necesario para tranquilizarme y reponerme un poco, y ahora estoy pensando que quizá lo dejaran, como no lo necesitan mucho, venir allí conmigo. Si algo podía no serme indiferente, exceptuando a Peggotty, y podía causarme una alegría en aquello s momentos, era un proyecto así. La idea de verme rodeado, de nuevo, por aquellos rostros honrados, alegres de mi llegada; de volver a sentir la dulzura y la tranquilidad de las mañanas de domingo, cuando las campanas suenan, las piedras caen en el agua y los barcos se dibujan en la bruma. El figurarme paseando en la playa con Emily, contándole mis penas y bus cando de nuevo conchas y caracoles. Todo esto tranquili zaba mi corazón. Un momento después me preocupó la idea de que quizá miss Murdstone no lo consintiera; sin embargo, esta preocupación no duró mucho, pues en aquel momento apareció ella misma, haciendo su ronda de noche, en la antecocina donde estábamos hablando, y Peggotty abordó el asunto con un atrevimiento que me sobrecogió. -El chico perderá el tiempo allí -dijo miss Murdstone mirando en una olla de escabeche-, y la ociosidad es la madre de todos los vicios. Pero estoy segura de que aquí lo perderá también; es mi opinión.