gando de una aldea a otra. También recuerdo que, pensando en aquello, me preguntaba si
no sería mejor marcharme como el héroe de una historia para buscar fortuna; pero estas
eran visiones transitorias, sueños que hacía despierto, sombras que veía débilmente
dibujadas o escritas en la pared de mi habitación y que después se desvanecían dejando la
pared vacía.
-Peggotty --dije una noche en tono pensativo, mientras me calentaba las manos en el
fuego de la cocina -, míster Murdstone me quiere cada vez menos; nunca me ha querido
mucho, Peggotty; pero ahora, si pudiera, le gustaría no volver a verme.
-Quizá sea a causa de su pena -dijo Peggotty, acariciándome los cabellos.
-No, Peggotty, estoy seguro. Yo también estoy triste. Si pudiera creer que era tristeza
no pensaría en ello; pero no es eso, no, no es eso.
-¿Y cómo sabes que no es eso? -dijo Peggotty después de un silencio.
-¡Oh!, la tristeza es otra cosa muy distinta. Ahora, por ejemplo, está triste sentado ante
la chimenea con su hermana; pero si entro yo, Peggotty, cambia completamente.
-¿Por qué? --dijo Peggotty.
-Porque se encoleriza - le contesté imitando involuntariamente su ceño- Si estuviera
solamente triste, no me miraría como me mira. Yo, que sólo estoy triste, tengo más ansia
que nunca de cariño.
Peggotty no dijo nada en un rato, y yo me calenté las manos también en silencio.
-Davy -dijo por último.
-¿Qué, Peggotty?
-He tratado, querido mío, he tratado por todos los medios de encontrar colocación aquí
en Bloonderstone; pero no la he encontrado, hijo mío.
-¿Y qué piensas hacer, Peggotty? -dije tristemente-. ¿Dónde piensas ir a buscar fortuna?
-Creo que me veré obligada a irme a Yarmouth para vivir allí.
-Podías ir un poco más lejos --dije, medio en broma-, y sería perderte para siempre.
Pero allí podré verte a menudo, mi querida Peggotty; aquello no es del todo el fin del
mundo.
-Al contrario, gracias a Dios. Mientras estés aquí, que rido mío, yo vendré por lo menos
a verte una vez por semana.
Esta promesa me quitó un gran peso de encima; pero no era todo, pues Peggotty
continuó:
-Lo primero, Davy, voy a ir a casa de mi hermano a pa sar quince días, el tiempo
necesario para tranquilizarme y reponerme un poco, y ahora estoy pensando que quizá lo
dejaran, como no lo necesitan mucho, venir allí conmigo.
Si algo podía no serme indiferente, exceptuando a Peggotty, y podía causarme una
alegría en aquello s momentos, era un proyecto así. La idea de verme rodeado, de nuevo,
por aquellos rostros honrados, alegres de mi llegada; de volver a sentir la dulzura y la
tranquilidad de las mañanas de domingo, cuando las campanas suenan, las piedras caen
en el agua y los barcos se dibujan en la bruma. El figurarme paseando en la playa con
Emily, contándole mis penas y bus cando de nuevo conchas y caracoles. Todo esto
tranquili zaba mi corazón.
Un momento después me preocupó la idea de que quizá miss Murdstone no lo
consintiera; sin embargo, esta preocupación no duró mucho, pues en aquel momento
apareció ella misma, haciendo su ronda de noche, en la antecocina donde estábamos
hablando, y Peggotty abordó el asunto con un atrevimiento que me sobrecogió.
-El chico perderá el tiempo allí -dijo miss Murdstone mirando en una olla de
escabeche-, y la ociosidad es la madre de todos los vicios. Pero estoy segura de que aquí
lo perderá también; es mi opinión.