hemos traído de casa con el féretro; y mientras estamos de pie, descubiertos, oigo la voz
del clérigo, resonando remota en el aire libre, que dice claramente: «Yo soy la
resurrección y la vida, dice el Señor». Oigo sollozos, y apartada entre los curiosos veo a
la buena y fiel criada, la persona para mí más querida de todos los que quedan en la tierra
y a la que en mi infantil corazón estoy seguro de que Dios dirá un día: « Has hecho bien»
Hay muchos rostros conocidos entre la gente aquella, rostros que recordaba de la iglesia
cuando sicmpre miraba alrededor, rostros que habían sido los primeros en ver a mi ma dre
cuando llegó a la aldea en todo el esplendor de su joven belleza. No me ocupo de ellos;
sólo pienso en mi pena, y, sin embargo, veo y reconozco a todos; hasta allá en el fondo,
muy lejos, veo a Minnie lanzando miradas a su enamorado, que está cerca de mí.
Todo ha terminado, y volvemos a casa, que se alza ante nosotros tan bonita como
siempre, no ha cambiado; pero está tan unida en mi pensamiento con la idea de lo que ya
no existe, que toda mi pena no es nada en comparación a lo que siento ahora. Míster
Chillip me lleva, me habla y me hace beber un poco de agua, y cuando le pido permiso
para retirarme se despide de mí con dulzura de mujer.
Todo esto, lo repito, es para mí como si hubiera sucedido ayer. Sucesos de fecha más
reciente han huido de mi pensamiento, y he olvidado cosas que más tarde quizá
reaparecerán; pero esto continúa inmóvil ante mí como una gran roca en el océano.
Sabía que Peggotty vendría a buscarme. La quietud del momento (el día debía de ser
domingo, pero lo he olvidado) nos era favorable. Se sentó a mi lado, encima de mi cama,
y cogiendo mi mano, que de vez en cuando llevaba a sus labios y a veces acariciaba con
las suyas como hubiera podido hacer para consolar a mi hermanito, me contó a su manera
todo lo que tenía que contarme concerniente a los últimos sucesos.
-Desde hacía mucho tiempo no estaba nunca bien --dijo Peggotty-; su espíritu estaba
atormentado y no era feliz. Cuando nació su niño pensé que eso le curaría; pero, por el
contrario, estaba cada vez más triste. Antes del nacimiento de su hijo le gustaba quedarse
sola y llorar; pero después se acostumbró a cantarle, y lo hacía con una voz tan dulce, que
más de una vez, al escucharla. pensaba que era como una voz en el aire que subía hacia el
cielo. Cada vez se volvía más tímida y más asustadiza, y al final una palabra dura era
como un golpe para ella; pero conmigo siempre fue la misma. ¡Nunca cambió con su loca
Peggotty la dulce niña!
Aquí Peggotty se detuvo y acarició dulcemente mi mano durante un momento.
-La última vez que la he visto como en sus buenos tiempos fue la tarde de tu llegada,
hijo mío. El día de tu partida me dijo: «Nunca volveré a ver a mi niño querido; algo me lo
asegura, y es la verdad, lo sé». Hacía lo posible por sostenerse, y en muchas ocasiones,
cuando le reprochaban su aturdimiento y su carácter ligero, hacía como que lo creía; pero
ya hacía tiempo que aquello había pasado. Nunca le había dicho a su marido lo que me
había dicho a mí; le asustaba hablar de ello; por fin, una noche, una semana antes, le dijo:
«Querido, creo que me muero». « Ahora tengo el espíritu en reposo, Peggotty - me dijo al
acostarla aquella no che-. El pobre hombre se irá haciendo a la idea durante varios días y
después se le pasará pronto. Estoy tan cansada; si es sueño, siéntate a mi lado mientras
duermo, no me dejes. ¡Que Dios bendiga a mis dos niños y proteja y conserve a mi niño
sin padre! » Después ya no la abandoné un momento -siguió Peggotty-. Ella hablaba a
menudo con ellos dos, porque los quería: no podía vivir sin amar a los que la rodeaban;
pero cuando la dejaban sola siempre se volvía hacia mí, como si sólo encontrara reposo
donde Peggotty estaba, y nunca se dormía de otro modo. La última noche, por la tarde,
me besó y me dijo: « Si mi nene muriera también, Peggotty, te ruego que le pongas en
mis brazos y nos entierren juntos». Y es lo que se ha hecho, porque el pobre angelito sólo
vivió un día más que ella. « Que mi querido Davy nos acompañe al lugar de reposo