medida y lo escribió en un libro. Mientras escribía me hacía observar todos los objetos
que llenaban su tienda; fijarme en ciertas modas que acababan de llegar y en otras que
acababan de pasar.
-Estas cosas son las que nos hacen perder dinero -dijo míster Omer-; pero las modas
son como los hombres, llegan nadie sabe por qué, cuándo ni cómo, y se marchan lo
mismo; todo es igual en la vida, según mi opinión, si se mira desde un punto de vista.
Estaba demasiado triste para discutirle la cuestión; además, es posible que en cualquier
circunstancia hubiera estado fuera de mi alcance. Luego míster Omer me llevó al gabinete, respirando con dificultad en el camino, y asomándose a una escalerita llamó:
-¡Traigan el té con pan y manteca!
Al cabo de un momento, durante el cual yo había estado mirando a mi alrededor y
pensando y escuchando el ruido de las agujas en la habitación y el del martillo al otro
lado del patio, apareció el té, que era para mí.
-Hace mucho tiempo que le conozco - me dijo Omer, después de mirarme unos minutos,
durante los cuales yo no había hecho honor al desayuno, pues los crespones negros me
quitaban el apetito- Hace mucho tiempo que te co nozco, amiguito.
-¿De verdad?
-Toda la vida, puedo decirlo; antes que a ti ya conocía a tu padre; era un hombre que
medía cinco pies y nueve pulgadas, y su tumba tiene veinticinco pies de larga. (Rat-tattat,
rat-tat-tat, rat-tat-tat, se oía por el patio.) Su tumba tiene veinticinco pies de terreno, ni
una pulgada menos -dijo míster Omer alegremente- He olvidado si fue ella o él quien lo
quiso.
-¿Sabe usted cómo está mi hermanito, caballero? -pregunté.
Míster Omer sacudió la cabeza.
Rat-tat-tat, rat-tat-tat, rat-tat-tat.
-Está en los brazos de su madre --dijo.
-¡Oh! ¿Ha muerto el pobrecito?
-No te entristezcas más de lo debido. Sí; el niño ha muerto.
Al oír esto, todas mis heridas se abrieron. Dejé el desayuno, que apenas había tocado, y
fui a ocultar mi cabeza encima de una mesa que había en un rincón. Minnie quitó al
momento lo que había allí encima, no lo fuera a manchar con mis lágrimas. Era una
muchacha buena y bonita, que me retiró el pelo de los ojos con dulzura; pero ¡estaba tan
alegre de haber terminado su trabajo a tiempo y yo estaba tan triste!
El ruido del martillo cesó, y un muchacho de aspecto simpático atravesó el patio y entró
en la habitación. Llevaba un martillo en la mano y la boca llena de clavitos, que tuvo que
sacarse para poder hablar.
-Y bien, Joram, ¿cómo va eso? -dijo míster Omer.
-Muy bien. Ya está terminado --dijo Joram.
Minnie se ruborizó un poco y las otras muchachas se sonrieron una a otra.
-Entonces has trabajado mucho. Anoche, mientras yo estaba en el Club, ¡hay que ver!
-dijo míster Omer guiñando un ojo.
-Sí -dijo Joram-; como me había prometido usted que si lo terminaba podríamos hacer
esa pequeña excursión juntos Minnie y yo... con usted.
-¡Oh! Creía que ibais a olvidarme -dijo míster Omer riendo.
-Como me había prometido eso --contestó el joven he hecho todo lo posible. ¿Quiere
venir a verlo y darme su opinión?
-Sí -dijo míster Omer levantándose-. Querido -dijo volviéndose hacia mí-, ¿te gustaría
ver ..?
-No, padre -interrumpió Minnie.