Charles Dickens | Page 80

medida y lo escribió en un libro. Mientras escribía me hacía observar todos los objetos que llenaban su tienda; fijarme en ciertas modas que acababan de llegar y en otras que acababan de pasar. -Estas cosas son las que nos hacen perder dinero -dijo míster Omer-; pero las modas son como los hombres, llegan nadie sabe por qué, cuándo ni cómo, y se marchan lo mismo; todo es igual en la vida, según mi opinión, si se mira desde un punto de vista. Estaba demasiado triste para discutirle la cuestión; además, es posible que en cualquier circunstancia hubiera estado fuera de mi alcance. Luego míster Omer me llevó al gabinete, respirando con dificultad en el camino, y asomándose a una escalerita llamó: -¡Traigan el té con pan y manteca! Al cabo de un momento, durante el cual yo había estado mirando a mi alrededor y pensando y escuchando el ruido de las agujas en la habitación y el del martillo al otro lado del patio, apareció el té, que era para mí. -Hace mucho tiempo que le conozco - me dijo Omer, después de mirarme unos minutos, durante los cuales yo no había hecho honor al desayuno, pues los crespones negros me quitaban el apetito- Hace mucho tiempo que te co nozco, amiguito. -¿De verdad? -Toda la vida, puedo decirlo; antes que a ti ya conocía a tu padre; era un hombre que medía cinco pies y nueve pulgadas, y su tumba tiene veinticinco pies de larga. (Rat-tattat, rat-tat-tat, rat-tat-tat, se oía por el patio.) Su tumba tiene veinticinco pies de terreno, ni una pulgada menos -dijo míster Omer alegremente- He olvidado si fue ella o él quien lo quiso. -¿Sabe usted cómo está mi hermanito, caballero? -pregunté. Míster Omer sacudió la cabeza. Rat-tat-tat, rat-tat-tat, rat-tat-tat. -Está en los brazos de su madre --dijo. -¡Oh! ¿Ha muerto el pobrecito? -No te entristezcas más de lo debido. Sí; el niño ha muerto. Al oír esto, todas mis heridas se abrieron. Dejé el desayuno, que apenas había tocado, y fui a ocultar mi cabeza encima de una mesa que había en un rincón. Minnie quitó al momento lo que había allí encima, no lo fuera a manchar con mis lágrimas. Era una muchacha buena y bonita, que me retiró el pelo de los ojos con dulzura; pero ¡estaba tan alegre de haber terminado su trabajo a tiempo y yo estaba tan triste! El ruido del martillo cesó, y un muchacho de aspecto simpático atravesó el patio y entró en la habitación. Llevaba un martillo en la mano y la boca llena de clavitos, que tuvo que sacarse para poder hablar. -Y bien, Joram, ¿cómo va eso? -dijo míster Omer. -Muy bien. Ya está terminado --dijo Joram. Minnie se ruborizó un poco y las otras muchachas se sonrieron una a otra. -Entonces has trabajado mucho. Anoche, mientras yo estaba en el Club, ¡hay que ver! -dijo míster Omer guiñando un ojo. -Sí -dijo Joram-; como me había prometido usted que si lo terminaba podríamos hacer esa pequeña excursión juntos Minnie y yo... con usted. -¡Oh! Creía que ibais a olvidarme -dijo míster Omer riendo. -Como me había prometido eso --contestó el joven he hecho todo lo posible. ¿Quiere venir a verlo y darme su opinión? -Sí -dijo míster Omer levantándose-. Querido -dijo volviéndose hacia mí-, ¿te gustaría ver ..? -No, padre -interrumpió Minnie.