-¿Cómo se te ha ocurrido pensar en semejante persona? -preguntó mi madre-, ¿No hay
en el mundo otras de quienes ocuparse?
-No sé por qué será -dijo Peggotty-; puede que sólo sea a causa de mi estupidez; pero
mi cabeza nunca puede escoger mis pensamientos. Van y vienen por ella como quieren, y
ahora he pensado qué habrá sido de ella.
-¡Qué absurda eres, Peggotty! Se diría que deseas otra visita suya.
-¡Dios nos libre! -gritó Peggotty.
-Entonces no hables de cosas tristes -dijo mamá-. Miss Betsey continuará encerrada en
su casita a la orilla del mar y no será probable que venga a molestarnos.
-No -murmuró Peggotty-, no es probable. Pero lo que pensaba era si en caso de morirse
dejaría algo a Davy.
-¡Dios me perdone, Peggotty; pero eres una mujer sin sentido! ¡Sabiendo lo que le
ofendió que naciera el pobre chico!
-Pensaba que quizá estaría dispuesta a perdonarle ahora -murmuró Peggotty.
-¿Por qué iba a estar dispuesta a perdonarle ahora? --dijo mi madre casi con dureza.
-¡Como tiene un hermano!... --dijo Peggotty.
Mi madre inmediatamente empezó a llorar diciendo que parecía mentira que Peggotty
se atreviera a decirle aquellas cosas.
-Como si el pobrecito inocente, en su cuna, te hubiera hecho algún daño a ti ni a nadie.
Eres una envidiosa-, mucho mejor harías casándote con míster Barkis y marchándote lejos. ¿Por qué no?
-Porque miss Murdstone se pondría demasiado contenta --dijo Peggotty.
-¡Qué mal carácter tienes, Peggotty! --contestó mi madre-. Tienes celos de miss
Murdstone, unos celos absur dos. Querrías ser tú quien guardara las llaves y manejara
todo, estoy segura. No me sorprendería. Cuando debes estar convencida de que si lo hace
es sólo por bondad y con las mejores intenciones del mundo. ¡Lo sabes, Peggotty, lo sabes muy bien!
Peggotty murmuró algo como: «Estoy harta de buenas intenciones», y también algo
como: «Que ya resultaban dema siadas buenas intenciones».
-Ya sé a qué te refieres -dijo mi madre-; lo comprendo perfectamente, Peggotty, y sabes
que lo sé; no necesitas ponerte más roja que el fuego. Pero punto por punto. Y ahora el
punto es miss Murdstone, y no tienes escape. No le has oído decir una vez y otra vez que
la parece que soy demasiado niña y demasiado...
-Bonita -sugirió Peggotty.
-Bien -contestó mi madre medio riendo-; si es tan loca para pensar así, ¿acaso tengo yo
la culpa?
-Nadie la ha acusado a usted --dijo Peggotty.
-Claro que no -contestó mi madre, ¿No le has oído decir una vez y otra que ella lo único
que desea es evitarme trabajos, para los que le parece que no estoy hecha, y que realmente yo misma no sé si sirvo para ellos? ¿No ves que se está en pie de la mañana a la
noche, yendo de un lado a otro, haciéndolo todo y mirando en todas partes, hasta en la
carbonera, todos los sitios nada agradables? Y viendo todo esto, ¿quieres insinuar que no
hay una especie de abnegación en ello?
-Yo no insinúo nada ---dijo Peggotty.
-Sí lo haces, Peggotty -contestó mi madre-. Nunca haces otra cosa, excepto tu trabajo.
Siempre estás insinuando. Gozas con ello. Y cuando hablas de las buenas intenciones de
míster Murdstone...
-Nunca hablo de ellas -dijo Peggotty.