Charles Dickens | Page 72

-¿Cómo se te ha ocurrido pensar en semejante persona? -preguntó mi madre-, ¿No hay en el mundo otras de quienes ocuparse? -No sé por qué será -dijo Peggotty-; puede que sólo sea a causa de mi estupidez; pero mi cabeza nunca puede escoger mis pensamientos. Van y vienen por ella como quieren, y ahora he pensado qué habrá sido de ella. -¡Qué absurda eres, Peggotty! Se diría que deseas otra visita suya. -¡Dios nos libre! -gritó Peggotty. -Entonces no hables de cosas tristes -dijo mamá-. Miss Betsey continuará encerrada en su casita a la orilla del mar y no será probable que venga a molestarnos. -No -murmuró Peggotty-, no es probable. Pero lo que pensaba era si en caso de morirse dejaría algo a Davy. -¡Dios me perdone, Peggotty; pero eres una mujer sin sentido! ¡Sabiendo lo que le ofendió que naciera el pobre chico! -Pensaba que quizá estaría dispuesta a perdonarle ahora -murmuró Peggotty. -¿Por qué iba a estar dispuesta a perdonarle ahora? --dijo mi madre casi con dureza. -¡Como tiene un hermano!... --dijo Peggotty. Mi madre inmediatamente empezó a llorar diciendo que parecía mentira que Peggotty se atreviera a decirle aquellas cosas. -Como si el pobrecito inocente, en su cuna, te hubiera hecho algún daño a ti ni a nadie. Eres una envidiosa-, mucho mejor harías casándote con míster Barkis y marchándote lejos. ¿Por qué no? -Porque miss Murdstone se pondría demasiado contenta --dijo Peggotty. -¡Qué mal carácter tienes, Peggotty! --contestó mi madre-. Tienes celos de miss Murdstone, unos celos absur dos. Querrías ser tú quien guardara las llaves y manejara todo, estoy segura. No me sorprendería. Cuando debes estar convencida de que si lo hace es sólo por bondad y con las mejores intenciones del mundo. ¡Lo sabes, Peggotty, lo sabes muy bien! Peggotty murmuró algo como: «Estoy harta de buenas intenciones», y también algo como: «Que ya resultaban dema siadas buenas intenciones». -Ya sé a qué te refieres -dijo mi madre-; lo comprendo perfectamente, Peggotty, y sabes que lo sé; no necesitas ponerte más roja que el fuego. Pero punto por punto. Y ahora el punto es miss Murdstone, y no tienes escape. No le has oído decir una vez y otra vez que la parece que soy demasiado niña y demasiado... -Bonita -sugirió Peggotty. -Bien -contestó mi madre medio riendo-; si es tan loca para pensar así, ¿acaso tengo yo la culpa? -Nadie la ha acusado a usted --dijo Peggotty. -Claro que no -contestó mi madre, ¿No le has oído decir una vez y otra que ella lo único que desea es evitarme trabajos, para los que le parece que no estoy hecha, y que realmente yo misma no sé si sirvo para ellos? ¿No ves que se está en pie de la mañana a la noche, yendo de un lado a otro, haciéndolo todo y mirando en todas partes, hasta en la carbonera, todos los sitios nada agradables? Y viendo todo esto, ¿quieres insinuar que no hay una especie de abnegación en ello? -Yo no insinúo nada ---dijo Peggotty. -Sí lo haces, Peggotty -contestó mi madre-. Nunca haces otra cosa, excepto tu trabajo. Siempre estás insinuando. Gozas con ello. Y cuando hablas de las buenas intenciones de míster Murdstone... -Nunca hablo de ellas -dijo Peggotty.