Míster Mell seguía mirándole y seguía acariciándome con dulzura en el hombro. Me
pareció que se decía a sí mismo en un murmullo: «Sí; es lo que me temía».
Míster Creakle se volvió hacia el profesor con cara severa y una amabilidad forzada:
-Ahora, míster Mell, ya ha oído usted lo que dice este caballero. ¿Quiere tener la
bondad, haga el favor, de rectificar ante la escuela entera?
-Tiene razón, señor; no hay que rectificar -contestó míster Mell en medio de un
profundo silencio-; lo que ha dicho es verdad.
-Entonces tenga la bondad de declarar públicamente, se lo ruego -contestó míster
Creakle, poniendo la cabeza de lado y paseando la mirada sobre todos nosotros-, si he sabido yo nunca semejante cosa antes de este momento.
-Directamente, creo que no -contestó míster Mell.
-¡Cómo! ¿No lo sabe usted? ¿Qué quiere decir eso?
-Supongo que nunca se ha figurado usted que mi posición era ni siquiera un poquito
desahogada -dijo el profesor-, puesto que sabe usted cuál ha sido siempre mi situa ción
aquí.
-Al oírle hablar de ese modo, temo -contestó míster Creakle con las venas más
hinchadas que nunca- que ha estado usted aquí en una situación falsa y ha tomado esto
por una escuela de caridad o algo semejante. Míster Mell, debemos separarnos cuanto
antes.
-No habrá mejor momento que ahora mismo --dijo míster Mell levantándose.
-¡Caballero! -exclamó míster Creakle.
-Me despido de usted, míster Creakle, y de todos ustedes -pronunció míster Mell
mirándonos a todos y acariciándome de nuevo el hombro-. James Steerforth, lo mejor que
puedo desearle es que algún día se avergüence de lo que ha hecho hoy. Por el momento,
prefiero que no sea mi amigo ni de nadie por quien yo me interese.
Una vez más apoyó su mano en mi hombro con dulzura y, después, cogiendo la flauta y
algunos libros de su pupitre y dejando la llave en él para su sucesor, salió de la escuela.
Míster Creakle hizo entonces una alocución por medio de Tungay, en que daba las
gracias a Steerforth por haber defendido (aunque quizá con demasiado calor) la
independencia y respetabilidad de Salem House; después le estrecho la mano, mientras
nosotros lanzábamos tres vivas. Yo no supe por qué; pero suponiendo que eran para
Steerforth, me uní a ellos con entusiasmo, aunque en el fondo me sentía triste. Al salir,
míster Creakle le pegó un bastonazo a Tommy Tradd les porque estaba llorando en lugar
de adherirse a nuestros vivas, y después se volvió a su diván o a su cama; en fin, adonde
fuera.
Cuando nos quedamos solos estábamos todos muy desconcertados y no sabíamos qué
decir. Por mi parte, sentía mucho y me reprochaba, arrepentido, la parte que había tenido
en lo sucedido; pero no hubiera sido capaz de dejar ver mis lágrimas, por temor a que
Steerforth, que me estaba mirando, se pudiera enfadar o le pareciese poco respetuoso, teniendo en cuenta nuestras respectivas edades y el sentimiento de admiración con que yo
le miraba. Steerforth estaba muy enfadado con Traddles, y decía que habían hecho muy
bien en pegarle.
El pobre Traddles, pasado ya su primer momento de desesperación, con la cabeza
encima del pupitre, se conso laba, como de costumbre, pintando un regimiento de esqueletos, y dijo que le tenía sin cuidado lo que a él le pareciera, y que se habían portado muy
mal con míster Mell.
-¿Y quién se ha portado mal con él, señorita? -dijo Steerforth.
-Tú -dijo Traddles.
-¿Pues qué le he hecho? - insistió Steerforth.