Charles Dickens | Page 63

-Steerforth, puesto que mister Mell no se digna explicarse, ¿quiere usted decirme qué sucede? Steerforth eludió durante unos minutos la pregunta, mi rando con desprecio y cólera a su contrario. Recuerdo que en aquel intervalo no pude por menos de pensar en lo noble y lo hermoso del aspecto de Steerforth comparado con mister Mell. -¡Bien! Veamos qué ha querido decir al hablar de fav oritos -dijo por fin Steerforth. -¿Favoritos? -repitió mister Creakle con las venas de la frente a punto de estallar¿Quién se ha atrevido a ha blar de favoritos? -Él -dijo Steerforth. -¿Y qué entiende usted por eso, caballero? Haga el favor -pregunto mister Creakle volviéndose furioso hacia el profesor. -Me refería, mister Creakle -respondió en voz muy baja-, quería decir que ninguno de los alumnos tenía derecho a abusar de su situación de favorito degradándome. -¿Degradándole? -repitió mister Creakle-. ¡Dios mío! Pero bueno, mister no sé cuántos (y aquí mister Crea kle cruzó los brazos, con bastón y todo, sobre el pecho, y frunció tanto las cejas, que sus ojillos eran casi invisibles), ¿quiere usted decirme si al hablar de favoritos me demuestra el respeto que me debe? Que me debe -repitió mister Creakle adelantando la cabeza y retirándola enseguida-, a mí, que soy el director de este establecimiento, del que usted no es más que un empleado. -En efecto, hice mal en decirlo; estoy dispuesto a reconocerlo --contestó míster Mell-; y no lo habría hecho si no me hubieran empujado a ello. Aquí Steerforth intervino. -Me ha llamado cobarde y miserable, y entonces yo le he dicho que él era un mendigo. Si no hubiera estado encolerizado no le habría llamado mendigo; pero lo he hecho, y estoy dispuesto a soportar las consecuencias de ello. Quizá sin darme cuenta de si aquello podría tener o no consecuencias para Steerforth, me sentí orgulloso de aque llas nobles palabras, y en todos los niños produjo la misma impresión, pues hubo un murmullo; pero nadie pronunció una palabra. -Me sorprende, Steerforth, aunque su ingenuidad le hace honor, ¡le hace honor, es evidente! Repito que me sor prende, Steerforth, que usted haya podido calificar así a un profesor empleado y pagado en Salem House. Steerforth soltó una carcajada. -Eso no es contestar a mi observación, caballero -dijo míster Creakle-; espero más de usted, Steerforth. Si míster Mell me había parecido vulgar al lado de Steerforth, sería imposible decir lo que me parecía míster Creakle. ---Que lo niegue --dijo Steerforth. -¿Que niegue que es un mendigo, Steerforth? -exclamó míster Creakle-. ¿Acaso va pidiendo por las calles? -Si él no es un mendigo, lo es su pariente más cercana --dijo Steerforth-. Por lo tanto, es lo mismo. Me lanzó una mirada, y la mano de míster Mell me acarició cariñosamente el hombro. Le miré con rubor en mi rostro y remordimiento en el corazón; pero los ojos de míster Mell estaban fijos en Steerforth. Continuaba acariciándome con dulzura en el hombro; pero le miraba a él. -Puesto que espera usted de mí, míster Creakle, que me justifique -dijo Steerforth- y que diga a lo que me refiero, lo que tengo que decir es que su madre vive de caridad en un asilo.