-Steerforth, puesto que mister Mell no se digna explicarse, ¿quiere usted decirme qué
sucede?
Steerforth eludió durante unos minutos la pregunta, mi rando con desprecio y cólera a su
contrario. Recuerdo que en aquel intervalo no pude por menos de pensar en lo noble y lo
hermoso del aspecto de Steerforth comparado con mister Mell.
-¡Bien! Veamos qué ha querido decir al hablar de fav oritos -dijo por fin Steerforth.
-¿Favoritos? -repitió mister Creakle con las venas de la frente a punto de estallar¿Quién se ha atrevido a ha blar de favoritos?
-Él -dijo Steerforth.
-¿Y qué entiende usted por eso, caballero? Haga el favor -pregunto mister Creakle
volviéndose furioso hacia el profesor.
-Me refería, mister Creakle -respondió en voz muy baja-, quería decir que ninguno de
los alumnos tenía derecho a abusar de su situación de favorito degradándome.
-¿Degradándole? -repitió mister Creakle-. ¡Dios mío! Pero bueno, mister no sé cuántos
(y aquí mister Crea kle cruzó los brazos, con bastón y todo, sobre el pecho, y frunció tanto
las cejas, que sus ojillos eran casi invisibles), ¿quiere usted decirme si al hablar de
favoritos me demuestra el respeto que me debe? Que me debe -repitió mister Creakle
adelantando la cabeza y retirándola enseguida-, a mí, que soy el director de este
establecimiento, del que usted no es más que un empleado.
-En efecto, hice mal en decirlo; estoy dispuesto a reconocerlo --contestó míster Mell-; y
no lo habría hecho si no me hubieran empujado a ello.
Aquí Steerforth intervino.
-Me ha llamado cobarde y miserable, y entonces yo le he dicho que él era un mendigo.
Si no hubiera estado encolerizado no le habría llamado mendigo; pero lo he hecho, y
estoy dispuesto a soportar las consecuencias de ello.
Quizá sin darme cuenta de si aquello podría tener o no consecuencias para Steerforth,
me sentí orgulloso de aque llas nobles palabras, y en todos los niños produjo la misma
impresión, pues hubo un murmullo; pero nadie pronunció una palabra.
-Me sorprende, Steerforth, aunque su ingenuidad le hace honor, ¡le hace honor, es
evidente! Repito que me sor prende, Steerforth, que usted haya podido calificar así a un
profesor empleado y pagado en Salem House.
Steerforth soltó una carcajada.
-Eso no es contestar a mi observación, caballero -dijo míster Creakle-; espero más de
usted, Steerforth.
Si míster Mell me había parecido vulgar al lado de Steerforth, sería imposible decir lo
que me parecía míster Creakle.
---Que lo niegue --dijo Steerforth.
-¿Que niegue que es un mendigo, Steerforth? -exclamó míster Creakle-. ¿Acaso va
pidiendo por las calles?
-Si él no es un mendigo, lo es su pariente más cercana --dijo Steerforth-. Por lo tanto, es
lo mismo.
Me lanzó una mirada, y la mano de míster Mell me acarició cariñosamente el hombro.
Le miré con rubor en mi rostro y remordimiento en el corazón; pero los ojos de míster
Mell estaban fijos en Steerforth. Continuaba acariciándome con dulzura en el hombro;
pero le miraba a él.
-Puesto que espera usted de mí, míster Creakle, que me justifique -dijo Steerforth- y
que diga a lo que me refiero, lo que tengo que decir es que su madre vive de caridad en
un asilo.