Charles Dickens | Page 54

-Si digo que ha de hacerse una cosa, se hace -repitió como un eco el intérprete. -Soy un carácter decidido -continuó míster Creakle-; eso soy. Cumplo con mi deber; eso es lo único que hago. Y si mi carne y mi sangre se revelan contra mí (y miró a mistress Creakle al decir esto), ya no son mi carne ni mi sangre y reniego de ellos. Y dirigiéndose al hombre de la pierna de palo añadió: -Aquel individuo, ¿no ha vuelto por aquí? -No, señor -fue la contestación. -No --dijo míster Creakle-, ya sabe él que más le vale así. Me conoce, y hace bien. Digo que es mejor que no vuelva -repitió míster Creakle, dando un puñetazo encima de la mesa y mirando a su mujer- Ese ya me conoce. Y ahora tú también vas a conocerme, amiguito; puedes marcharte. ¡Llévatelo! Estaba muy contento de poderme marchar, pues mistress Creakle y su hija se secaban los ojos, y yo estaba sufriendo por ellas y por mí. Sin embargo, como tenía en el pensamiento una petición que le quería hacer y que me interesaba muchísimo, no pude por menos de expresarla, aunque asombrado de mi propia audacia. -Señor, si usted quisiera... Míster Creakle murmuró: -¡Cómo! ¿Qué quiere decir esto? Y me lanzó un mirada como si quisiera aniquilarme con ella. -Señor, si usted quisiera... -balbucí-, si usted pudiera perdonarme... Estoy tan arrepentido de lo que hice. Si pudieran quitarme este letrero antes de que lleguen mis compañeros... No sé si míster Creakle lo hacía por asustarme; pero saltó de la silla con cólera. Yo, al verle así, eché a correr, sin esperar la escolta del hombre de la pierna de palo, y no paré hasta llegar al dormitorio. Allí, al darme cuenta de que no me seguían, me desnudé y acurruqué en la cama, donde estuve temblando durante un par de horas. A la mañana siguiente llegó míster Sharp. Míster Sharp era el profesor de más categoría, superior a míster Mell. Míster Mell comía con los niños, mientras que míster Sharp comía y cenaba en la mesa del señor director. Era menudo, y me pareció de aspecto delicado; tenía un nariz muy grande, y llevaba siempre la cabeza inclinada hacia un lado, como si fuera demasiado pesada para él. Tenía el pelo abundante y rizado; pero, según me dijo el primer niño que volvió, aque llo era peluca (comprada de segunda mano, según decía); también me dijo que todos los sábados por la tarde salía para que se la rizaran. Todos aquellos datos me los dio Tommy Traddles. Fue el primero en volver, y se me presentó diciendo que su nombre lo podía encontrar grabado en el rincón derecho de la puerta, encima del cerrojo; entonces yo le dije: «¿Traddles?», y él me contestó: « El mismo.» Después me estuvo preguntando muchas cosas más y sobre mi familia. Fue una suerte muy grande para mí el que Traddles regresara el primero, pues le divirtió tanto mi letrero, que me libró del problema de enseñarlo o de ocultarlo, presentándome a todos los niños que llegaban, fueran grandes o chicos, en la siguiente forma: «¡Eh! ¡Venid aquí y veréis qué comedia! » . Felizmente también, la mayor parte de los niños vo lvían tristes y no estaban propicios a divertirse a costa mía, como yo me esperaba. Claro que algunos gesticularon a mi alrededor como salvajes, y que la mayoría no podía resistir a la tentación de ha cer como si me tomasen por un perro, y me acariciaban y mimaban como si tuvieran miedo, diciendo: « ¡Abajo, chucho!» , y me llamaban Towser. Esto, naturalmente, me molestaba mucho y me costaba lágrimas; pero en conjunto fueron menos crueles de lo que me imaginaba.