acostarme, el hombre de la pierna de palo se presentó a buscarme para conducirme ante
míster Creakle.
La parte de la casa dedicada a vivienda del señor director era mucho mejor y
confortable que la nuestra, y tenía un trozo de jardín que era como un edén al lado de
nuestro horrible patio de recreo, pues nuestro patio se parecía de tal modo a un desierto
en miniatura, que yo pensaba siempre que sólo un camello o un dromedario se sentirían
allí como en su casa. Me pareció de un atrevimiento inaudito el darme cuenta de que
hasta el pasillo tenía aspecto confortable, mientras me dirigía, temblando, a su presencia.
Estaba tan turbado, que al entrar apenas vi a mistress Creakle ni a su hija, que estaban en
la habitación. Sólo vi al director. Míster Creakle era un hombre muy grueso, que llevaba
un montón de diles en la cadena del reloj. Estaba sentado en un sillón, con un vaso y una
botella al lado.
-Así -dijo míster Creakle-, ¿este es el caballerito a quien tendremos que limar los
dientes? ¿A ver? Dé usted la vuelta.
El hombre de la pierna de palo me hizo girar para que pudieran contemplar mi letrero-,
y después de tenerme el tiempo suficiente para que lo leyeran, volvió a ponerme frente a
míster Creakle, y él se colocó a su lado. El rostro de míster Creakle era verdaderamente
feroz: los ojos, muy pequeños y hundidos en la cabeza; las venas de la frente, muy
hinchadas; la nariz, pequeña, y la barbilla, grande. Estaba calvo; sólo tenía unos cuantos
pelitos grises, que peinaba hacia arriba, uniéndolos en lo alto. Pero lo que más me impresionó entonces fue que no tenía voz; hablaba como en un cuchicheo, y no sé si el
trabajo que le costaba hablar o la conciencia de su debilidad le hacía tener más expresión
de malo cuando hablaba, y quizá también eso fuese causa de que sus abultadas venas se
hincharan todavía más. Ahora no me extraña que al verlo de primeras fuera esta
peculiaridad la que más me chocase.
-Y bien -dijo míster Creakle-, ¿tiene usted algo que decirme del chico?
-Todavía no ha hecho nada -dijo el hombre de la pierna de palo---, no ha tenido
ocasión.
Me dio la impresión de que a míster Creakle le había defraudado, y que, en cambio, no
había defraudado a miss y a mistress Creakle (a quienes por primera vez lanzaba una
ojeada).
-Acérquese usted más - me dijo míster Creakle.
-Acérquese usted más --dijo el hombre de la pierna de palo, repitiendo su gesto.
-Tengo el honor de conocer bastante a su padrastro -cuchicheó míster Creakle
agarrándome de una oreja- : es un hombre muy digno, un hombre de carácter. Los dos nos
conocemos mucho... Pero tú no me conoces, ¿verdad? -repitió míster Creakle,
pellizcándome la oreja con feroz complacencia.
-Todavía no, señor -dije con verdadero pánico.
-¿Todavía no?, ¿eh? Pero pronto será.
-Pero pronto será -repitió el hombre de la pierna de palo.
Después he sabido que, por lo general, actuaba, con su voz de trueno, de intérprete de
míster Crea kle para con sus alumnos.
Estaba muy asustado, y le dije que así lo suponía. Entre tanto, sentía que me ardía la
oreja, pues me la pellizcaba cada vez con más fuerza.
-Te voy a decir quién soy -cuchicheó míster Creakle, soltándome por fin, aunque no sin
antes retorcerme el pellizco, haciendo que se me saltaran las lágrimas-. Soy un tártaro.
-Un tártaro -dijo el hombre de la pierna de palo.
-Y si digo que haré una cosa, la hago, y si digo que ha de hacerse una cosa, también se
hace.