condenados. Miss Murdstone me sigue con su traje de terciopelo negro, que parece hecho
de un paño mortuorio; después entra mi madre; después su marido. Ahora Peggotty no
está con nosotros, como en los buenos tiempos. Miss Murdstone murmura las respuestas
y acentúa todas la palabras terribles con una cruel devoción. Y cuando dice «miserables
pecadores» sus ojos oscuros recorren la iglesia como si se refiriera a todos los presentes.
Mi madre mueve tímidamente los labios entre los dos hermanos, cuyas oraciones suenan
en sus oídos como un trueno lejano. Yo me pregunto con temor si no será posible que
nuestro anciano clérigo esté equivocado y si no tendrán razón míster Murdstone y su
hermana, y todos los ángeles del cielo serán ángeles destructores. Si muevo un dedo o el
menor músculo de la cara, miss Murdstone me da tal golpe con su libro de oraciones, que
me hace daño en el costado.
Sí; me parece ver todo de nuevo. Nuestro regreso a casa, en que observo que algunos
vecinos nos miran a mi madre y a mí cuchicheando. Y mientras ellos tres van delante,
sigo aquellas miradas y pienso si será realmente verdad que el paso de mi madre es
menos ligero y que la alegría de su belleza ha desaparecido. También me pregunto si los
vecinos recordarán, como yo, los tiempos en que veníamos los dos juntos de la iglesia ....
y pensando estúpidamente en estas cosas me paso triste todo el día.
En varias ocasiones se había hablado de enviarme a un colegio. Míster Murdstone y su
hermana lo habían propuesto y, como es natural, mi madre había estado de acuerdo. Sin
embargo, no habían decidido nada todavía, y entre tanto me hacían estudiar en casa.
¿Llegaré a olvidar algún día aquellas lecciones? Nominalmente era mi madre quien las
presidía, pero en realidad eran míster Murdstone y su hermana, quienes estaban siempre
presentes y encontraban en ello ocasión favorable para dar a mi madre lecciones de
aquella mal llamada firmeza, que era el tormento de nuestras existencias. Yo creo que me
retenían en casa sólo con ese objeto. Antes de que vinieran ellos yo tenía bastante
facilidad para aprender y me gustaba hacerlo. Recuerdo vagamente cómo aprendí a leer
sentado en las rodillas de mamá. Todavía hoy, cuando miro las grandes letras negras de la
cartilla, la novedad complicada de sus formas, el fácil recuerdo de la O, de la Q y de la S,
parece presentarse ante mí como entonces, y ese recuerdo no suscita en mí ningún
sentimiento de repugnancia ni tristeza. Por el contrario, me parece haber paseado a lo
largo de un sendero de flores hasta llegar al libro del cocodrilo, y haber sido ayudado
todo el camino por el cariño y la dulce voz de mi madre. Pero aquellas solemnes
lecciones que siguieron las recuerdo como un golpe mortal dado.a in¡ tranquilidad, como
una tarea diaria, penosa y miserable. Aquellas lecciones eran muy largas, muy
numerosas, muy difíciles (algunas perfectamente ininteligibles para mí), y además me
tenían siempre asustado, me parece que casi tanto como a mi pobre madre.
Voy a ver si recuerdo lo que solía suceder por las mañanas. Después del desayuno me
dirijo al gabinete con mis libros, mis cuadernos y mi pizarra. Mi madre está esperándome
sentada en su escritorio; sin embargo, no está tan preparada a oírme como su marido,
sentado en la butaca al lado de la ventana y fingiendo que lee un libro, o como miss
Murdstone, sentada a su lado engarzando sus eternas cuentas de acero. La vista de estos
dos personajes ejerce tal influencia sobre mí, que empiezo a sentir que se me escapan las
palabras, después de que me había costado tanto trabajo metérmelas en la cabeza; se
escapan todas para it no sé dónde. Me gustaría saber dónde van una a una.
Le doy el primer libro a mi mad re; quizá es una gramática, quizá una historia o una
geografía. A1 ponerlo en sus manos lanzo una última y desesperada mirada a la página, y
me lanzo como un alud para ver si me da tiempo a recitarlo mientras todavía lo recuerdo
fresco. A1 poco rato me salto una palabra. Míster Murdstone levanta la vista de su libro.
Me salto otra palabra. Miss Murdstone la levanta también. Enrojezco y me salto lo menos