Miss Murdstone sacó de su prisión de acero el pañuelo y lo puso delante de sus ojos.
-¡Clara! -continuo él mirando a mamá-. Me sorprendes, me dejas atónito. En efecto;
para mí era una satisfacción el pensar que me casaba con una persona sencilla y sin
experiencia, y que yo formaría su carácter infundiéndole algo de esa firmeza y decisión
de la cual estaba tan necesitada. Pero cuando a Jane, que ha sido tan buena que por cariño
a mí quiere ayudarme en esta empresa y para ello está casi haciendo el oficio de un ama
de llaves; cuando veo que, en lugar de agradecérselo, le correspondes de una manera tan
baja...
-Edward, te lo ruego, te lo suplico -exclamó mi madre-; no me acuses de ingrata. Estoy
segura de que no lo soy. Nadie ha dicho nunca que lo fuera. Tengo muchos defectos, pero
ese no. ¡Oh, no! Te lo aseguro, querido.
-Cuando Jane encuentra, como digo -prosiguió cuando mi madre dejó de hablar-, una
recompensa tan baja, aque llos sentimientos míos se entibian y alteran.
-¡No digas eso, amor mío! - imploró mi madre-. ¡Oh, no, Edward! No puedo soportar el
oírtelo. A pesar de todo, soy cariñosa, sé que soy cariñosa. Si no estuviera segura de que
lo soy, no lo diría. Pregúntale a Peggotty. Estoy segura que te dirá que soy muy cariñosa.
-No hay ninguna debilidad, Clara --dijo míster Murds tone a modo de réplica---, por
grande que sea, que resulte importante para mí. Tranquilízate.
-Te lo ruego, seamos amigos -dijo mi madre- Yo no podría vivir entre la frialdad o la
dureza. ¡Estoy tan triste! Tengo muchos defectos, lo sé, y es mucha tu bondad, Ed ward,
que con tu entereza trates de corregirme. Jane, no volveré a hacer objeciones a nada, me
desesperaría que quisie ras dejarnos...
Aquello era ya demasiado.
-Jane --dijo míster Murds tone a su hermana-, es muy raro que entre nosotros se crucen
palabras duras como estas, y espero que así siga siendo; y no ha sido culpa mía si por rara
casualidad ha sucedido esta noche. He sido arrastrado a ello por los demás. Tampoco ha
sido tu culpa, pues también has sido arrastrada por los demás. Tratemos los dos de olvidarlo. Y como esto -añadió después de aquellas magnánimas palabras- no es una escena
edificante para un niño, David, vete a la cama.
Difícilmente pude encontrar la puerta a través de las lá grimas que me cegaban. ¡Estaba
tan triste por la pena de mi madre! Por fin encontré el camino y subí a mi habitación a
oscuras, pues no tuve valor ni para dar las buenas noches a Peggotty al pedirle una vela.
Cuando ella subió, buscándome, una hora después, me despertó y me dijo que mi madre
se había acostado bastante indispuesta y que míster Murdstone y su hermana seguían
sentados en el gabinete.
A la mañana siguiente, cuando bajaba, algo más temprano que de costumbre, la voz de
mi madre me detuvo en la puerta del comedor. Grave y humildemente pedía perdón a
miss Murdstone, que se lo concedió, y la reconciliación fue perfecta, Desde aquel día no
he visto a mi madre dar ninguna opinion sobre nada sin consultar primero con miss
Murdstone, o por lo menos sin tantear por medios seguros cuál era su opinion. Y nunca
he visto a miss Murdstone, cuando se encolerizaba (tenía esa debilidad), hacer ademán de
sacar las llaves para devolvérselas a mi madre sin ver, al mismo tiempo, a mamá
atemorizada. El matiz sombrío que había en la sangre de los Murdstone ennegrecía
también su religión, que era austera y terrible. Después he pensado que aquello resumía
su carácter y era una consecuencia necesaria de la firmeza de míster Murdstone, que no
podía consentir que nadie se librase de los más severos castigos ima ginables. Sea como
sea, recuerdo muy bien los tremendos rostros con que solían it a la iglesia y cómo había
cambiado también aquello. De nuevo llega a mi memoria el terrible domingo. Yo entro el
primero en nuestro antiguo banco, como un cautivo a quien condujesen al oficio de