-No se tome el trabajo de esperar, señora.
-¿Quiere usted que ponga un poco más de té en la tetera, señora? -dijo mistress Crupp.
-No, gracias -replicó mi tía.
-¿Quiere usted permitirme que traiga un poco más de manteca, señora, o un huevo
fresco, o que le ase un trozo de tocino? ¿No puedo hacer nada más por su querida tía,
míster Copperfield?
-Nada, señora; lo haré yo sola, muchas gracias.
Mistress Crupp, que sonreía sin cesar para demostrar una gran dulzura de carácter, y
que ponía siempre la cabeza de medio lado para simular una gran debilidad de
constitución, y que se frotaba a cada momento las manos para manifestar su deseo de ser
útil a todos los que lo merecían, terminó por salir de la habitación con la cabeza de medio
lado, frotándose las manos y sonriendo.
-Dick --dijo mi tía---, ya sabe lo que le he dicho de los cortesanos y los adoradores de la
fortuna.
Míster Dick respondió afirmativamente, pero un poco asustado y como si hubiera
olvidado lo que debía recordar tan bien.
-Pues bien; mistress Crupp es de ellos -dijo mi tía-. Barkis: ¿quiere usted hacer el favor
de cuidarse del té y de darme otra taza? No quería tomarla de manos de esa intrigante.
Conocía lo bastante a mi tía para saber que tenía algo importante que decirme y que su
llegada tenía más importancia de lo que un extraño hubiera podido suponer. Observé que
sus miradas estaban constantemente fijas en mí cuando se creía que yo no la veía, y que
estaba en un estado de indecisión y de inquietud interior mal disimulado por la calma y la
rectitud que conservaba exteriormente. Empezaba a temer haber hecho algo que pudiera
ofenderla, y mi conciencia me dijo bajito que todavía no le había hablado de Dora. ¿No
sería aquello por casualidad?
Como sabía que no hablaría hasta que le diera la gana, me senté a su lado y me puse a
hablar con los pájaros y a jugar con el gato, como si estuviera muy tranquilo; pero no lo
estaba nada, y mi inquietud aumentó al ver que míster Dick, apoyado en su gran cometa
detrás de mi tía, aprovechaba todas las ocasiones en que no nos observaban para hacerme
señas misteriosas, señalándome a mi tía.
-Trot -me dijo por fin cuando terminó su té y después de haberse enjugado los labios y
arreglado cuidadosamente los pliegues de la falda---... ¡No necesita usted marcharse,
Barkis! Trot, ¿tienes ya más confianza en ti mismo?
-Creo q