su precio, hasta que el comerciante la volvió a llamar y retrocedió. Por fin consiguió los
objetos de Traddles en un precio bastante moderado; y Traddles estaba loco de alegría.
-Estoy agradecidísimo -dijo Traddles, al saber que le enviarían todo a su casa aquella
misma tarde-. Pero si se atreviera le pediría todavía un favor. Espero que no te parecerá
mi deseo demasiado absurdo, Copperfield.
-De verdad que no -respondí de antemano.
-Entonces -dijo Traddles dirigiéndose a Peggotty-, si tuviera usted la bondad de traenne
el florero enseguida. Me gustaría llevarlo yo mismo, por ser de Sofía, Copperfield.
Peggotty fue a buscar el florero de muy buena voluntad. Él le dio las gracias
calurosamente, y le vimos subir por Tot tenham-Court-Road con el florero apretado
tiernamente en sus brazos y una expresión de júbilo que nunca he visto a nadie.
Enseguida emprendimos el camino de mi casa. Como los escaparates poseían para
Peggotty encantos que no les he visto desplegar jamás sobre nadie en el mismo grado,
andaba lentamente, divirtiéndome viéndoselos mirar y esperándola siempre que le
convenía detenerse. Tardamos bastante antes de llegar a Adelphy.
Mientras subíamos la escalera le hice observar que las trampas de mistress Crupp
habían desaparecido de repente y que se veían huellas recientes de pasos. Los dos nos
sorprendimos mucho al seguir subiendo y ver abierta la primera puerta, que yo había
dejado cerrada al salir, y oyendo voces en mi casa.
Nos miramos con asombro, sin saber qué pensar, y entramos en el gabinete. ¡Cuál sería
mi sorpresa al encontrarme con las personas que menos me hubiera imaginado: mi tía y
mister Dick! Mi tía estaba sentada sobre un montón de ma letas, la jaula de los pájaros
ante ella y el gato sobre sus rodillas, como un Robinson Crusoe femenino, bebiendo una
taza de té. Mister Dick se apoyaba pensativo en una gran cometa semejante a las que
habíamos lanzado juntos tan a menudo, y estaba rodeado de otra carga de maletas.
-Mi querida tía -exclamé-, ¡qué placer tan inesperado!
Nos abraza mos tiernamente. Estreché con cordialidad la mano a mister Dick, y mistress
Crupp, que estaba haciendo el té y prodigando sus atenciones a mi tía, dijo con viveza
que ya sabía ella la alegría de mister Copperfield al ver a sus queridos parientes.
-Vamos, vamos -dijo mi tía a Peggotty, que temblaba en su terrible presencia-, ¿cómo
está usted?
-¿Te acuerdas de mi tía, Peggotty? - le dije.
-¡En nombre del cielo, hijo mío --exclamó mi tía-, no llames a esa mujer con ese
nombre salvaje! Puesto que al ca sarse se ha desembarazado de él, que era lo mejor que
podia hacer, ¿por qué no concederle al menos las ventajas del cambio? ¿Cómo se llama
usted ahora, P...? --dijo mi tía, usando esta abreviatura para evitar el nombre que tanto la
nuolestaba.
-Barkis, señora -dijo Peggotty haciendo una reverencia. -Vamos; eso es más humano
--dijo mi tía-; ese nombre no tiene el aire pagano del otro, que hay que reparar con el
bautismo de un misionero. ¿Cómo está usted, Barkis? ¿Supongo que está usted bien?
Animada por aquellas graciosas palabras y por la prisa de mi tía a tenderle la mano,
Barkis se adelantó para tomarla con una reverencia de gracias.
-Hemos envejecido desde aquellos tiempos -dijo mi tía-. No nos hemos visto más que
una vez. Buen trabajo hicimos aquel día. Trot, hijo mío, dame otra taza de té.
Serví a mi tía el brebaje que me pedía, siempre tan tiesa como de costumbre, y me
aventuré a hacerle observar que no era un asiento muy cómodo una maleta.
-Déjeme que le acerque el diván o el sillón, tía; está usted muy mal ahí.
-Gracias, Trot -replicó-; prefiero estar sentada encima de mis trastos.
Y mirando a mistress Crupp a la cara le dijo: