-No. A decir verdad -repuso Traddles hablando muy bajo-, ahora ha tomado el nombre
de Mortimer, a causa de sus dificultades temporales; y sólo sale con gafas. Ha habido un
embargo. Mistress Micawber estaba en un estado tan ho rrible, que yo, verdaderamente,
no he podido por menos de firmar el segundo pagaré de que hablamos. Y puedes figurarte, Copperfield, mi alegría al ver que aquello devolvía la alegría a mistress Micawber.
-¡Hum! -hice.
-Aunque su felicidad no ha durado mucho -añadió Traddles-, pues, desgraciadamente,
al cabo de ocho días ha habido un nuevo embargo. Entonces nos hemos dispersado. Yo
desde entonces vivo en una habitación amueblada y los Mortimer viven absolutamente
retirados. Espero que no me tacharás de egoísta, Copperfield, si no puedo por menos de
sentir que el comprador de los muebles se haya apoderado de mi mesita redonda con
tablero de mármol, y del florero y el estante de Sofía.
-¡Qué crueldad! -exclamé con indignación.
-Eso me ha parecido... un poco duro -dijo Traddles con su gesto peculiar cuando
empleaba aquella frase-. Además, no digo esto acusando a nadie; pero el caso es,
Copperfield, que no he podido rescatar esos objetos en el momento del embargo;
primero, porque el comerciante, dándose cuenta de lo que me interesaba, pedía un precio
altísimo, y además, porque... no tenía dinero. Pero desde entonces no he perdido de vista
la tienda --dijo Traddles, pareciendo gozar con delicia de aquel misterio-. Está en lo alto
de TottenhamCourt-Road y, por fin, hoy los he visto en el escaparate. Únicamente he
mirado al pasar desde la otra acera, porque si el comerciante me ve pedirá un precio ...;
pero he pensado que, puesto que tenía dinero, no te importaría que tu buena niñera
viniera conmigo a la tienda. Yo le enseñaré los objetos desde una esquina, y ella podrá
comprármelos lo más barato posible, como si fueran para ella.
La alegría con que Traddles me desarrolló su plan y el placer que sentía al verse tan
astuto están grabados en mi memoria, y es uno de los recuerdos más claros.
Le dije que Peggotty se encantaría de poder hacerle aquel pequeño favor y que
podríamos entre los tres resolver el asunto; pero con una condición. Esta condición era
que tomaría una determinación solemne de no volver a prestar nada a míster Micawber,
ni el nombre ni nada.
-Mi querido Copperfield - me dijo Traddles-, es cosa hecha; no únicamente porque me
doy cuenta de que he obrado con precipitación, sino porque es una verdadera injusticia
hacia Sofía, y me la reprocho. He dado mi palabra, y no hay nada que temer; pero
también te la doy de todo corazón. He firmado ese desgraciado pagaré. No dudo de que
míster Micawber, si hubiera podido lo hubiese pagado él; pero no podía. Debo decirte
una cosa que me gusta mucho en míster Micawber, Copperfield, y es con respecto al
segundo pagaré, que todavía no ha vencido. Ya no me dice que lo ha pagado, sino que lo
pagará.
Verdaderamente me parece que su proceder es muy honrado y muy delicado.
Me repugnaba el destruir la confianza de mi amigo, y le hice un signo de asentimiento.
Después de un momento de conversación tomamos el camino de la tienda de velas para
recoger a Peggotty, pues Traddles se había negado a pasar la tarde conmigo, en primer
lugar porque sentía la mayor inquietud por sus propiedades, no fuera a ser que cualquier
otra persona las comprase antes de hacerlo él, y además porque era la tarde que dedicaba
siempre a escribir a la mejor muchacha del mundo.
No olvidaré nunca la mirada que lanzó desde la esquina de la calle hacia
Tottenham-Court-Road, mientras Peggotty regateaba aquellos objetos preciosos, ni su
agitación cuando volvió lentamente hacia nosotros después de haber ofrecido inútilmente