Me sacó de mi sorpresa y de la pena que sentía por ella .... por ella, estoy seguro, el
verla caer en mis brazos, excla mando que sólo lo sentía por mí; pero un minuto le bastó
para dominar su emoción, y me dijo, con más aire de triunfo que de abatimiento.
-Hay que soportar con valor las contrariedades, sin de jarnos asustar, hijo mío; hay que
sostener el papel hasta el fin. Hay que desafiar a la desgracia hasta el fin, Trot.
CAPÍTULO XV
DEPRESIÓN
Cuando recobré mi presencia de ánimo, que en el primer momento me había
abandonado por completo bajo el golpe de la noticia de mi tía, propuse a míster Dick que
viniera a la tienda de velas a tomar posesión de la cama que míster Peggotty había dejado
vacía hacía poco. La tienda de velas se encontraba en el mercado de Hungerford, que
entonces no se parecía nada a lo que es ahora, y tenía delante de la puerta un pórtico bajo,
compuesto de columnas de madera, que se parecía bastante al que se veía antes en la
portada de la casa del hombrecito y la mujercita de los antiguos barómetros. Aquella obra
de arte de la arquitectura le gustó infinitamente a míster Dick, y el honor de habitar
encima de aquellas columnas yo creo que le hubiera consolado de muchas moles tias; pero
como en realidad no había más objeción que hacer al alojamiento que la variedad de
perfumes de que he ha blado, y quizá también la falta de espacio en la habitación, quedó
encantado de su alojamiento. Mistress Crupp le había declarado con indignación que no
había sitio ni para hacer bailar a un gato; pero, como me decía muy justamente míster
Dick sentándose a los pies de la cama y acariciando una de sus piernas:
-Usted sabe muy bien, Trotwood, que yo no necesito hacer bailar a ningún gato, que
nunca he hecho bailar a ningún gato; por lo tanto, ¿a mí qué me importa?
Traté de descubrir si míster Dick tenía algún conocimiento de las causas de aquel gran
y repentino cambio en los intereses de mi tía; pero, como me esperaba, no sabía nada.
Todo lo que podía decirme es que mi tía le había apostrofado así la antevíspera:
«Veamos, Dick, ¿es usted verdaderamente todo lo filósofo que yo creo?». «Sí», había
respondido él. Entonces mi tía le había dicho: «Dick, estoy arruinada», y él había
exclamado: «¡Oh! ¿De verdad?». Después mi tía le había elogiado mucho, lo que le había
causado mucha alegría, y habían venido a buscarme comiendo sánd wiches y bebiendo
cerveza en el camino.
Míster Dick estaba tan radiante a los pies de su cama acariciándose la pierna mientras
me decía todo esto, con los ojos muy abiertos y una sonrisa de sorpresa, que siento decir
que me impacienté y que llegué a explicarle que quizá no sabía lo que la palabra ruina
traía tras de sí de desesperación, de necesidad, de hambre; pero pronto fui cruelmente
castigado por mi dureza al verle ponerse pálido y alargársele el rostro y correr lágrimas
por sus mejillas, mientras me lanzaba una mirada tan desesperada, que hubiera ablandado
un corazón infinitamente más duro que el mío. Me costó mucho más trabajo animarle de
lo que me había costado abatirle, y comprendí enseguida que debía de haber adivinado
desde el primer momento que si él había demostrado tanta confianza es porque tenía una
fe inquebrantable en mi tía, en su sabiduría maravillosa y en los recursos infinitos de mis
facultades intelectuales, pues creo que me creía capaz de luchar victoriosamente contra
todos los infortunios que no fueran la muerte.
-¿Qué podemos hacer, Trot? -dijo míster Dick-. Está la Memoria...
-Ciertamente está la Memoria -le dije-; pero de momento la única cosa que podemos
hacer, míster Dick, es serenamos y que mi tía no vea que nos preocupan sus asuntos.
Estuvo de acuerdo conmigo al momento y me suplicó que, en el caso en que le viera
apartarse un paso del buen ca mino, que le atrajera a él por alguno de los medios ingenio-