-¿Quiere usted que haga algo más, señor?
-Le doy las gracias. Pero usted va a comer también.
-No, señor, muchas gracias.
-¿Míster Steerforth viene de Oxford?
-¡Perdón, señor!
-Pregunto si míster Steerforth viene de Oxford.
-Creo que estará aquí mañana, señorito; creía que iba a encontrarle hoy aquí. Pero sin
duda soy yo quien se ha equivocado.
-Si le ve usted antes que yo...
-Perdón, señorito; pero no pienso verle antes que usted.
-En el caso de que le viera usted, le dice que siento mucho que no haya venido hoy,
porque hubiera encontrado a uno de sus antiguos compañeros.
-¿De verdad? -y repartió su saludo entre Traddles y yo, a quien miró.
Tomaba sin ruido el camino de la puerta cuando, haciendo un esfuerzo desesperado
para decirle algo en un tono sencillo y natural, lo que todavía no había conseguido, le
dije:
-¡Eh, Littimer!
-¡Señorito!
-¿Permaneció usted mucho tiempo en Yarmouth aquella vez?
-No mucho, señor.
-¿Ha visto usted acabar el barco?
-Sí señor; me quedé para ver acabar el barco.
-Ya lo sé (levantó los ojos hacia mí respetuosamente). ¿Míster Steerforth no lo habrá
visto todavía?
-No puedo decirle, señor. Creo.... pero realmente no puedo decirle ...; deseo buenas
noches al señor.
Incluyó a todos los asistentes en el saludo que siguió a estas palabras, y desapareció.
Mis huéspedes parecieron respirar más libremente después de su partida, y en cuanto a
mí, me sentí de lo más descansado, pues, además de la reserva que me inspiraba siempre
y de la extraña convicción en que estaba de que mis aptitudes se paralizaban delante de
aquel hombre, mi conciencia estaba turbada ante la idea de que ahora yo desconfiaba de
su señor y no podía reprimir cierto temor de que se hubiera dado cuenta. ¿Cómo era que,
teniendo tan pocas cosas que ocultar, temblaba de que aquel hombre llegara a descubrir
mi secreto?
Míster Micawber me sacó de aquellas reflexiones, a las cuales se unía cierto temor,
mezclado con remordimientos, de ver aparecer a Steerforth en persona, haciendo los
mayores elogios de Littimer, ausente, como de un respetable muchacho y un excelente
criado. Hay que hacer observar que míster Micawber había aceptado su parte del saludo
que hizo Littimer, y que lo había recibido con una condescendencia infinita.
-Ahora al ponche, mi querido Copperfield --dijo míster Micawber probándolo-, pues el
ponche es como el viento y la marea, que no espera a nadie. ¡Ah! Está precisamente en su
punto. Amor mío, ¿quieres darme tu opinión?
Mistress Micawber declaró que estaba excelente.
-Entonces beberé -dijo míster Micawber-, si mi amigo Copperfield quiere permitirme
esta libertad, beberé en memoria de los tiempos en que mi amigo Copperfield y yo
éramos más jóvenes y en los que luchábamos uno al lado de otro contra el mundo para
seguir cada uno nuestro camino. Ahora puedo decir de mí mismo y de mi amigo Copperfield las palabras que hemos cantado tantas veces juntos: