Sólo un poco más tarde comprendí todo el gusto con que me daba aquellos detalles;
pues en aquel momento, en mi egoísmo, seguía en mi cabeza un piano figurado de la casa
y del jardín de mister Spenlow.
-¡Es una chica tan buena! -dijo Traddles-. Time algún año más que yo; pero ¡es una
chica tan buena! ¿No te lo dije la otra vez que te vi cuando me fui de Londres? Es que iba
a verla. Voy a pie al ir y al venir; pero ¡qué viaje tan delicioso! Probablemente
seguiremos de novios mucho tiempo; pero nuestro lema es «Paciencia y esperanza». Y es
lo que nos repetimos siempre: «Paciencia y esperanza». Y me esperará, querido
Copperfield; me esperará hasta los sesenta años y mas si es necesario.
Traddles se levantó y puso la mano con expresión de triunfo encima del paño blanco
que ya he mencionado.
-Sin embargo -dijo-, eso no quita que nos estemos ocupando ya de nuestra casa; no, no.
Al contrario, ya hemos empezado. Iremos poco a poco; pero ya hemos empezado. Mira
-dijo tirando del paño con mucho orgullo y cuidado-, mira las dos cosas que hemos
comprado ya para la casa: este florero y esta repisa; eila misma los ha comprado. Esto en
la ventana de un salón --dijo Traddles retrocediendo un poco para mirar mejor - y con una
planta en el florero y... ¡ya está! En cuanto a esta mesita con tablero de mármol (tiene dos
pies y dos pulgadas de circunferencia), yo soy quien la ha comprado. Se necesita un sitio
donde dejar un libro, o bien viene alguien a veros, a ti o a tu mujer, y busca un sitio
donde dejar su taza de té; pues, ¡aquí está! -repuso Traddles-. Es un mueble muy bien
trabajado, y sólido como una roca.
Le alabé las dos cosas, y Traddles volvió a colocar el paño con el mismo cuidado que lo
había levantado.
-No es todavía mucho mobiliario -dijo Traddles-; pero siempre es algo. Los manteles,
las sábanas y todo eso es lo que más me desanima, Copperfield, y la batería de cocina, las
cacerolas, los asadores; es todo tan indispensable, y es caro, sube mucho. Pero «Paciencia
y esperanza», y además, si supieras, ¡es tan... tan buena chica!
-Estoy seguro - le dije.
-Entre tanto --dijo Traddles volviéndose a sentar, y este es el fin de todos estos
pesadísimos detalles personales-, hago lo que puedo. No gano mucho dinero, pero gasto
poco. En general como con los habitantes del piso bajo, que son muy amables. Míster y
mistress Micawber conocen bien la vida, y son compañeros agradables.
-Querido Traddles, ¿qué me dices?
Traddles me miró como si a su vez no supiera lo que yo decía.
-¡Mister y mistress Micawber! ¡Son íntimos amigos míos!
Precisamente en aquel momento sonó en la puerta de la calle un doble golpe, en el que
reconocí, a causa de mi larga experiencia de Windsor Terrace, la mano de míster
Micawber; sólo él podía llamar así. Por lo tanto, cualquier duda que hubiera podido
quedarme en el espíritu sobre la identidad de mis antiguos amigos se desvaneció, y rogué
a Traddles que pidiera al dueño que subiera. Traddles se asomó a la escalera para llamar a
míster Micawber, que apareció un momento después. No había cambiado; su pantalón
ceñido, su bastón, el cuello de la camisa y su monóculo eran siempre los mismos, y entró
en la habitación de Traddles con cierto aire de juventud y de elegancia.
-Le pido perdón, míster Traddles --dijo míster Micawber con la misma inflexión de voz
de siempre y cesando bruscamente de canturrear-: no sabía que iba a encontrar en su
santuario a un caballero extraño a la casa.
Míster Micawber me hizo un ligero saludo y se tiró del cuello de la camisa.
-¿Cómo está usted, míster Micawber? - le dije.
-Caballero -dijo míster Micawber-, es usted muy amable. Estoy in statu quo.