-Era un bruto contigo, Traddles --dije con indignación, pues su buen humor me ponía
furioso, como si le hubiera es tado viendo pegar la víspera.
-¿De verdad lo piensas? ¿Realmente? Quizá lo era; pero hace tanto tiempo. ¡Viejo
Creakle!
-¿Era un tío el que se ocupaba de ti entonces? --dije.
-Sí -dijo Traddles-. Aquel a quien siempre iba yo a escribir y nunca lo hacía. ¡Ja, ja, ja!
Sí; entonces tenía un tío. Murió poco después de salir yo del colegio.
-¿De verdad?
-Sí. Era ¿cómo se dirá? un comerciante de telas retirado, y había hec ho de mí su
heredero. Pero dejé de gustarle al crecer.
-¿De verdad fue así? -dije.
No podía comprender que hablara con tanta tranquilidad de semejante asunto.
-¡Oh sí, querido Copperfield, ha sido así! -replicó Traddles-. Fue una desgracia; pero no
le gusté en absoluto. Dijo que no era yo lo que se había esperado, y se casó con su ama de
llaves.
-¿Y tú qué hiciste? -pregunté.
-Yo no hice nada de particular -dijo Traddles-. Seguí viviendo con ellos, esperando
poder salir al mundo; pero a mi tío se le subió la gota al estómago y murió. Entonces ella
se casó con un joven, y yo me quedé sin posición.
-¿Pero no te dejó nada, Traddles, después de todo?
-¡Oh sí, querido, sí! -dijo Traddles-. Me dejó cincuenta libras. Como nunca me habían
dedicado a ninguna profesión, al principio no sabía qué hacer. Sin embargo, empecé, con
la ayuda del hijo de un profesional, que había estado en Salem House: Yawler, con su
nariz torcida, ¿no le recuerdas?
-No. No debía de estar cuando yo. En mi época todas las narices estaban derechas.
-Lo mismo da --dijo Traddles-. Empecé, por mediación suya, a copiar escrituras
legales. Pero esto no me reportaba mucho; entonces empecé a redactar y a hacer toda
clase de trabajos para ellos. Trabajo mucho, tanto más porque lo hago deprisa. Bien.
Entonces se me metió en la cabeza estudiar yo también leyes, y así desapareció el final de
mis cincuenta libras. Yawler me recomendó a uno o dos bufetes, entre ellos el de míster
Waterbrook; hice algún negociejo que otro. También he tenido la suerte de conocer a un
editor que trabaja en la publicación de una enciclopedia, y me ha dado trabajo. En este
momento trabajaba para él, y no soy mal compilador, Copperfield -dijo Traddles
continuando en el mismo tono de alegre confidencia-; pero no tengo la menor
imaginación, ni un átomo. Yo creo que no se puede encontrar un muchacho con menos
originalidad que yo.
Como Traddles parecía esperar que yo asintiera a aquello como cosa sabida, asentí; y él
continuó con la misma alegre paciencia (no encuentro mejor expresión) de antes:
-Y así, poco a poco, y viviendo con modestia, por fin he conseguido reunir las cien
libras, y gracias a Dios las he pagado, aunque el trabajo haya sido... haya sido verdaderamente... -Traddles hizo de nuevo un gesto como si le arrancaran otra muela...- algo duro.
Vivo de todo esto, y espero llegar pronto a escribir en un periódico. Por el momento sería
mi bastón de mariscal. Pero, ahora que me fijo, Copperfield, has cambiado tan poco y
estoy tan contento de volver a ver tu cara de bue no, que no quiero ocultarte nada. Has de
saber que tengo novia. (¡Novia! ¡Oh Dora!)
-Es la hija de un pastor del Devonshire: son diez herma nos. Sí -añadió viéndome lanzar
una mirada involuntaria hacia el tintero--; esa es la iglesia: se da la vuelta por aquí y se
sale por esta verja (me lo iba señalando con el dedo); y aquí donde pongo la pluma está el
presbiterio, frente a la iglesia. ¿Te das cuenta?