cuenta de dónde terminaba el traje y empezaba la señora, entró. Tenía el vago recuerdo
de haberla visto en el teatro como si hubiera pasado ante mí en una linterna mágica mal
alumbrada; pero ella parecía acordarse perfectamente de mí, y todavía sospechaba que
seguía embriagado.
Descubriendo, sin embargo, poco a poco que estaba sereno, y creo también que
dándose cuenta de que era un joven bien educado, mistress Waterbrook se comportó conmigo de buenas maneras y empezó a preguntarme si paseaba mucho por los parques;
después, si frecuentaba la sociedad. Ante mi respuesta negativa a las dos preguntas, noté
que empezaba a perder interés para ella; sin embargo, puso muy buena voluntad en
disimularlo, y me invitó a comer al día siguiente. Yo acepté la invitación y me despedí de
ella. Al salir pregunté por Uriah en las oficinas; no estaba, y dejé mi tarjeta.
Cuando al día siguiente llegué a la hora de comer y la puerta de la calle se abrió, me
encontré sumergido en un baño de vapor, perfumado de olor de cordero, que me hizo
adivinar que no iba a ser yo el único invitado. Además, reconocí al muchacho que me
había llevado la carta, ahora revestido de librea y puesto a la entrada de la escalera para
ayudar al criado a anunciarnos. Observé que hacía lo posible para fingir que no me
conocía, cuando me preguntó mi nombre confidencialmente; pero me había reconocido
muy bien, y los dos estábamos violentos: ¡cosas de la conciencia!
Conocí a míster Waterbrook, un caballero de mediana edad, con el cuello muy corto y
el de la camisa muy ancho; no le faltaba más que tener la nariz negra para ser todo el retrato de un perro de presa. Me dijo que tenía una gran satisfacción en conocerme, y en
cuanto me hube puesto a los pies de mistress Waterbrook, me presentó con mucha
ceremonia a una señora imponente, vestida con un traje de terciopelo negro, con una gran
toca también de terciopelo negro en la cabeza: en una palabra, la tomé por una parienta
próxima de Hamlet, su tía por ejemplo.
Se llamaba mistress Spiker; su marido también estaba allí, y tenía un aspecto tan
glacial, que sus cabellos me parecían que no eran grises, sino que estaban cubiertos de
escarcha. Todos demostraban la mayor deferencia a la pareja Spiker. Agnes me dijo que
la causa provenía de que míster Henry Spiker era el abogado de alguien o de algo, no sé
qué, que tenía alguna relación con «la Tesorería».
Encontré a Uriah Heep vestido de negro en medio de la gente. Me dijo lleno de
humildad, cuando le estreché la mano, que estaba orgulloso de que me ocupara de él y
que realmente se sentía muy agradecido por mi amabilidad. Yo habría preferido menos
emoción, pues, en el exceso de su agradecimiento, no hizo más que rondar toda la noche
a mi alrededor, y cada vez que me dirigía a Agnes estaba seguro de ver en un rincón sus
ojos vidriosos y su rostro cadavérico que nos espiaba como un espectro.
Los otros invitados me parecieron estar helados como el vino. Uno de ellos, sin
embargo, atrajo mi atención aún antes de que fuéramos presentados. Había oído anunciar
a míster Traddles; mis pensamientos se volvieron inmediatamente hacia Salem-House.
¿Será Tomy, pensaba, aquel que dibujaba tantos esqueletos?
Esperé la entrada de míster Traddles con renovado interés. Y vi a un joven tranquilo, de
aspecto grave y modales modestos, con los cabellos tiesos de un modo grotesco y los ojos
grises demasiado abiertos; desapareció tan pronto en un rincón oscuro que me costó
trabajo examinarlo. Por último, pude verle mejor, y, o mis ojos se engañaban mucho, o
era mi ant iguo y desgraciado Tomy.
Me acerqué a míster Waterbrook para decirle que me parecía tener el gusto de
encontrar en su casa a un antiguo compañero.
-¿De verdad? -dijo míster Waterbrook, sorprendido-. Es usted demasiado joven para
haber ido al colegio con míster Henry Spiker.