Charles Dickens | Page 207

misma. Sin embargo, pude ver que era joven y que tenía una voz hermosa. Peggotty había llorado, y la pequeña Emily también. A nuestra llegada no pronunciaron ni una palabra, y el tictac del viejo reloj holandés parecía diez veces más fuerte que de costumbre en aquel profundo silencio. Emily habló la primera. -Martha querría ir a Londres, Ham. -¿,Por qué a Londres? -respondió Ham. Estaba de pie entre ellas y miraba a la joven postrada en tierra con una mezcla de compasión y de disgusto por verla en compañía de la que amaba tanto. Siempre he recordado aquella mirada. Hablaban bajo, como si se tratara de una enferma; pero se entendía claramente todo, aunque sus voces eran sólo un murmullo. -Allí estaré mejor que aquí -dijo en voz alta Martha, que seguía en el suelo-. Nadie me conoce; mientras que aquí todo el mundo sabe quién soy. -¿Y qué va a hacer allí? -preguntó Ham. Martha se levantó, le miró un momento de un modo sombrío; después, bajando la cabeza de nuevo, se pasó el brazo derecho alrededor del cuello con una viva expresión de dolor. -Tratará de portarse bien -dijo la pequeña Emily-. No sabes todo lo que nos ha contado. ¿Verdad tía que no pueden saberlo? Peggotty sacudió la cabeza con compasión. -Sí; lo intentaré -dijo Martha- si ustedes me ayudan a marcharme. Peor que aquí no podré ser. Quizá sea mejor. ¡Oh -dijo con un estremecimiento de terror-, arrancadme de estas calles, donde todo el mundo me conoce desde la infancia! Emily extendió la mano, y vi que Ham ponía en ella una bolsita. Ella la cogió, creyendo que era su bolsa, y dio un paso; después, dándose cuenta de su error, volvió hacia él (que se había retirado hacia mí) enseñándole lo que le aca baba de dar. -Es tuyo, Emily -le dijo-. Yo no tengo nada en el mundo que no sea tuyo, querida mía, y para mí no hay placer más que en ti. Los ojos de Emily volvieron a llenarse de lágrimas; después se acercó a Martha. No sé lo que le dio. La vi inclinarse hacia ella y ponerle dinero en el delantal. Pronunció algunas palabras en voz baja, preguntándole si sería suficiente. «Más que suficiente», dijo la otra, y cogiéndole la mano se la besó. Después, envolviéndose en su chal, ocultó el rostro en él y se acercó a la puerta llorando ardientes lágrimas. Se detuvo un momento antes de salir, como si quisiera decir algo; pero no dijo nada, y salió lanzando un gemido sordo y doloroso. Cuando la puerta se cerró, la pequeña Emily nos miró a todos, después ocultó la cabeza entre las manos y se puso a sollozar. -Vamos, Emily -dijo Ham dándole con dulzura en el hombro-, vamos; no llores así. -¡Oh! --exclamó ella con los ojos llenos de lágrimas-; no soy todo lo buena que debía ser, Ham; no soy todo lo agradecida que debía. -Sí que lo eres -dijo Ham-; estoy seguro. -No -contestó la pequeña Emily sollozando y sacudiendo la cabeza-; no soy tan buena como debiera, ni mucho menos, ¡ni mucho menos! Y seguía llorando como si su cora zón fuera a romperse. -Abuso demasiado de tu amor, lo sé; te llevo la contraria; soy desigual contigo. ¡Cuando debía ser tan distinta! ¡No serías tú quien se portara así conmigo! ¿Por qué soy mala entonces, cuando sólo debía pensar en demostrarte mi agradecimiento y en tratar de hacerte dichoso?