misma. Sin embargo, pude ver que era joven y que tenía una voz hermosa. Peggotty había
llorado, y la pequeña Emily también. A nuestra llegada no pronunciaron ni una palabra, y
el tictac del viejo reloj holandés parecía diez veces más fuerte que de costumbre en aquel
profundo silencio.
Emily habló la primera.
-Martha querría ir a Londres, Ham.
-¿,Por qué a Londres? -respondió Ham.
Estaba de pie entre ellas y miraba a la joven postrada en tierra con una mezcla de
compasión y de disgusto por verla en compañía de la que amaba tanto. Siempre he
recordado aquella mirada.
Hablaban bajo, como si se tratara de una enferma; pero se entendía claramente todo,
aunque sus voces eran sólo un murmullo.
-Allí estaré mejor que aquí -dijo en voz alta Martha, que seguía en el suelo-. Nadie me
conoce; mientras que aquí todo el mundo sabe quién soy.
-¿Y qué va a hacer allí? -preguntó Ham.
Martha se levantó, le miró un momento de un modo sombrío; después, bajando la
cabeza de nuevo, se pasó el brazo derecho alrededor del cuello con una viva expresión de
dolor.
-Tratará de portarse bien -dijo la pequeña Emily-. No sabes todo lo que nos ha contado.
¿Verdad tía que no pueden saberlo?
Peggotty sacudió la cabeza con compasión.
-Sí; lo intentaré -dijo Martha- si ustedes me ayudan a marcharme. Peor que aquí no
podré ser. Quizá sea mejor. ¡Oh -dijo con un estremecimiento de terror-, arrancadme de
estas calles, donde todo el mundo me conoce desde la infancia!
Emily extendió la mano, y vi que Ham ponía en ella una bolsita. Ella la cogió, creyendo
que era su bolsa, y dio un paso; después, dándose cuenta de su error, volvió hacia él (que
se había retirado hacia mí) enseñándole lo que le aca baba de dar.
-Es tuyo, Emily -le dijo-. Yo no tengo nada en el mundo que no sea tuyo, querida mía,
y para mí no hay placer más que en ti.
Los ojos de Emily volvieron a llenarse de lágrimas; después se acercó a Martha. No sé
lo que le dio. La vi inclinarse hacia ella y ponerle dinero en el delantal. Pronunció
algunas palabras en voz baja, preguntándole si sería suficiente. «Más que suficiente», dijo
la otra, y cogiéndole la mano se la besó.
Después, envolviéndose en su chal, ocultó el rostro en él y se acercó a la puerta
llorando ardientes lágrimas. Se detuvo un momento antes de salir, como si quisiera decir
algo; pero no dijo nada, y salió lanzando un gemido sordo y doloroso.
Cuando la puerta se cerró, la pequeña Emily nos miró a todos, después ocultó la cabeza
entre las manos y se puso a sollozar.
-Vamos, Emily -dijo Ham dándole con dulzura en el hombro-, vamos; no llores así.
-¡Oh! --exclamó ella con los ojos llenos de lágrimas-; no soy todo lo buena que debía
ser, Ham; no soy todo lo agradecida que debía.
-Sí que lo eres -dijo Ham-; estoy seguro.
-No -contestó la pequeña Emily sollozando y sacudiendo la cabeza-; no soy tan buena
como debiera, ni mucho menos, ¡ni mucho menos!
Y seguía llorando como si su cora zón fuera a romperse.
-Abuso demasiado de tu amor, lo sé; te llevo la contraria; soy desigual contigo.
¡Cuando debía ser tan distinta! ¡No serías tú quien se portara así conmigo! ¿Por qué soy
mala entonces, cuando sólo debía pensar en demostrarte mi agradecimiento y en tratar de
hacerte dichoso?