-Sí, señor; en general es verdad -replicó-; pero, ¿sabe usted, señorito Davy? -dijo
bajando la voz y en tono grave-. Es una joven, una muchacha que Emily conoció en otro
tiempo y a la que ahora no debía tratar.
Sus palabras fueron un rayo de luz que vino a aclarar mis dudas sobre la persona que
les seguía algunas horas antes.
-Es una pobre muchacha, señorito Davy, vilipendiada por todo el pueblo. No hay
muerto en el cementerio cuyo fantasma fuera capaz de hacer huir a la gente más que ella.
-¿No es la que os seguía esta noche por la playa?
-¿Nos seguía? -dijo Ham-. Es posible, señorito Davy; yo no sabía que estuviera aquí;
pero se ha acercado a la ventanita de Emily cuando ha visto luz, y ha dicho en voz baja:
«Emily, Emily, por amor de Dios, ten corazón de mujer conmigo. Yo era antes como tú»
. Y eran palabras muy solemnes, señorito Davy; ¿cómo negarse a oírlas?
-Tienes razón, Ham; y Emily ¿qué ha hecho?
-Emily le ha dicho: «Martha, ¿eres tú? ¿Es posible, Martha, que seas tú?». Pues habían
trabajado juntas durante mucho tiempo en casa de míster Omer.
-¡Ya la recuerdo! -exclamé, pues recordaba a una de las dos muchachas que había visto
la primera vez que estuve en casa de míster Omer. La recuerdo perfectamente.
-Martha Endell -dijo Ham-; tiene dos o tres años más que Emily; pero también han
estado en la escuela juntas.
-No he sabido nunca su nombre; dispensa que te haya interrumpido.
-La historia no es muy larga, señorito Davy -dijo Ham-. Esta es en pocas palabras :
«Emily, Emily, por amor de Dios, ten corazón de mujer conmigo, yo era antes como tú».
Quería hablar con Emily. Emily no podía hablar en casa, pues había vuelto su tío y, a
pesar de lo bueno y caritativo que es, no querría, no podría, señorito Davy, ver a esas dos
muchachas juntas, ni por todos los tesoros ocultos en el mar.
Ya lo sabía yo; no necesitaba que Ham me lo aclarase.
-Por lo tanto, Emily escribió con lápiz en un papelito y se lo dio por la ventana. «
Enseña esto - la decía- a mistress Barkis y ella te hará sentar al lado del fuego, por amor
mío, hasta que mi tío salga y yo pueda ir a hablarte.» Después me dijo lo que le acabo de
contar, pidiéndome que la trajera aquí. ¿Qué podía hacer yo? Emily no debía tratar a una
mujer como esa; pero, ¿cómo quiere usted que le niegue algo si me lo pide llorando?
Hundió la mano en el bolsillo de su gruesa chaqueta y sacó con mucho cuidado una
linda bolsita.
-Y si fuera capaz de negarle algo cuando llora, señorito Davy -dijo Ham extendiendo
cuidadosamente la bolsita en su mano callosa-, ¿cómo habría podido negarme a traerle
esto aquí, si sabía lo que quería hacer? ¡Una joyita como esta -dijo Ham mirando la bolsa,
pensativo-, y con tan poco dinero! ¡Emily, querida mía!
Le estreché la mano calurosamente cuando volvió a meter la bolsita en el bolsillo, pues
no sabía cómo expresarle toda mi simpatía, y continuamos paseando de arriba abajo en
silencio durante algunos minutos. La puerta se abrió entonces, y Peggotty hizo señas a
Ham para que entrara. Yo habría querido quedarme fuera; pero Peggotty volvió a
asomarse, rogándome que pasase. También me habría gustado evitar la habitación donde
estaban reunidos; pero era aquella cocinita limpia que ya he mencionado, cuya puerta
daba directamente a la calle, de modo que me encontré en medio del grupo antes de saber
dónde meterme.
La muchacha que había visto en la playa estaba allí, al lado del fuego, sentada en el
suelo, con la cabeza y los brazos apoyados en una silla, que Emily acababa de abandonar
y sobre la cual había tenido sin duda a la pobre abandonada apoyada sobre sus rodillas.
Apenas vi su rostro, pues tenía los cabellos sueltos como si se hubiera despeinado ella