Charles Dickens | Page 202

- ¡ Oh! Es usted un chico muy avispado-replicó miss Mowcher moviendo la cabeza-. He dicho que todos en general somos unos farsantes, y le he enseñado como prueba las uñas del príncipe. Y es que, ¿ ven ustedes? Las uñas del príncipe me sirven más en las familias que todos los talentos juntos. Las llevo siempre conmigo; son mi carta de recomendación. Si miss Mowcher corta las uñas a un príncipe, no hay más que hablar, dicen a todos. Se las doy a las jóvenes que, yo creo, las ponen en álbumes, ¡ ja, ja, ja! Palabra de honor que todo el edificio social( como dicen estos señores cuando hacen discursos parlamentarios) no reposa más que sobre las uñas de príncipes-dijo aquella mujercita tratando de cruzar los brazos y sacudiendo su gran cabeza. Steerforth reía de todo corazón, y yo también. Miss Mowcher continuaba moviendo la cabeza, que llevaba de lado, y mirando hacia arriba con un ojo mientras guiñaba el otro.-Bien, bien-dijo golpeando sus rodillitas-; pero esto no son los negocios. Veamos, Steerforth, una exploración en las regiones polares y terminamos. Escogió dos o tres de sus ligeros instrumentos y un frasquito y preguntó, con gran sorpresa mía, si la mesa era fuerte. Ante la respuesta afirmativa de Steerforth, acercó una silla, me pidió que la ayudara, y se subió con bastante ligereza encima de la mesa, como si fuera un escenario.-Si alguno de ustedes me ha visto los tobillos-dijo una vez arriba- no necesito decir que me ahorcaré.-Yo no he visto nada-dijo Steerforth.-Ni yo tampoco-dije.-Pues bien; entonces-exclamó miss Mowcher- consiento en seguir viviendo. Ahora venga usted a la prisión para ser ejecutado. Steerforth, cediendo a sus instancias, se sentó de espaldas a la mesa, y volviendo hacia mí su rostro sonriente, sometió su cabeza al examen de la enana, evidentemente sin otro objeto que el de divertirnos. Era un curioso espectáculo ver a miss Mowcher inclinada sobre él y examinando sus hermosos cabellos oscuros, con ayuda de una lupa que acababa de sacar de su bolsillo.-Vamos, ¡ es usted un chico guapo!-dijo miss Mowcher después de un corto examen-; pero si no fuera por mí estaría usted calvo como un monje antes de fin de año. Sólo le pido un minuto más; voy a lavarle los cabellos con un agua que se los conservará diez años. Al mismo tiempo vertió el contenido del frasquito sobre un trocito de franela; después, empapando en la misma preparación uno de los cepillitos, empezó a frotar la cabeza de Steerforth con una actividad incomparable, y siempre hablando sin parar.- ¿ Conoce usted a Carlos Pyegrave, el hijo del duque?-dijo mirando a Steerforth por encima de su cabeza.-Un poco-dijo Steerforth.- ¡ Ese es un hombre! ¡ Y esas son patillas! Si tuviera las piernas tan derechas, no tendría igual. ¿ Querrá usted creer que ha pretendido prescindir de mí? ¡ Un oficial de la guardia!- ¡ Loco!-dijo Steerforth.-Lo parece; pero loco o no, lo ha intentado-replicó miss Mowcher-. ¿ Y qué creerá usted que ha hecho? Pues entra en una peluquería y pide una botella de agua de Madagascar.- ¿ Carlos?-Carlos en persona; pero no tenían agua de Madagascar.- ¿ Y qué es eso? ¿ Algo de beber?-preguntó Steerforth.- ¿ De beber?-replicó miss Mowcher, deteniéndose para darle una palmadita en la cara-. Para arreglarse él solo los bigotes, ¿ sabe? Había en la tienda una mujer de cierta edad, un