Charles Dickens | Page 199

marcha después de haber cambiado algunas palabras con no sotros, Emily no cogió de nuevo el brazo de Ham, y andaba sola, todavía tímida y confusa. Yo admiraba la gracia y la delicadeza de sus movimientos y Steerforth parecía de la misma opinión mientras les mirábamos alejarse en la claridad de la luna nueva. De pronto una mujer joven pasó a nuestro lado: era evidente que los seguía. No la habíamos oído acercarse; pero vi un momento su rostro delgado, y me pareció recordarla. Iba ligeramente vestida y tenía el aire atrevido y la mirada perdida y un aspecto de mísera vanidad; pero por el mo mento no parecía pensar en nada; sólo tenía una idea en la cabeza: alcanzarlos. Como el h orizonte se oscurecía a lo le jos no nos permitía ya distinguir a Emily ni a su novio, y la mujer que los seguía desapareció también sin haber ganado terreno sobre ellos. Después ya no vimos más que el mar y las nubes. -Es un fantasma muy sombrío para seguir a esa muchacha -dijo Steerforth sin moverse¿Qué significa eso? Hablaba en voz baja y con un acento que me pareció extraño. -Le querrá pedir limosna -dije. -Las mendigas no son raras aquí -dijo Steerforth-; pero es sorprendente que alguna haya tomado esa forma esta noche. -¿Por qué? -pregunté. -Sencillamente -dijo después de un momento de silencio- porque precisamente estaba yo pensando en algo semejante cuando ha aparecido; por eso me pregunto de dónde diablos podrá haber salido. -De la sombra que proyecta esta tapia, supongo -dije señalando un muro que seguía el camino en el que acabamos de desembocar. -En fin, ya ha desaparecido -respondió mirando por encima de su hombro-. ¡Ojalá la desgracia desaparezca con ella! Vamos a comer. Pero lanzó una nueva mirada por encima de su hombro hacia la línea del océano que brillaba a lo lejos, y repitió muchas veces aquel movimiento. Todavía murmuró algunas palabras entrecortadas durante el resto de nuestro camino, y no pareció olvidar el incidente hasta que se encontró sentado en la mesa al lado de un buen fuego y a la claridad de las velas. Littimer nos esperaba y produjo sobre mí su efecto acostumbrado. Cuando le dije que esperaba que mistress Steerforth y miss Dartle siguieran bien, me respondió en un tono respetuoso (y naturalmente respetable) que me daba las gra cias, que estaban bastante bien y que me saludaban. No me dijo más y, sin embargo, me pareció que decía claramente: «Es usted muy joven; es usted extraordinariamente joven». Casi habíamos acabado de comer cuando dio un paso fuera del rincón desde donde vigilaba nuestros movimientos, mejor dicho los míos, y dijo a Steerforth: -Perdón, señorito; miss Mowcher está aquí. -¿Quién? -preguntó Steerforth con sorpresa. -Miss Mowcher, señorito. -¡Vamos! ¿Y qué ha venido a hacer aquí? Y-dijo Steerforth. -Parece ser, señor, que es de esta región. Me han dicho que todos los años da una vuelta profesional por este lado. La he encontrado en la calle esta mañana, y me ha preguntado si podría tener el honor de presentarse aquí después de comer el señorito. -¿Conoces a la gigante en cuestión, Florecilla? - me preguntó Steerforth. Tuve que confesar con cierta vergüenza, por tener que ha cerlo ante Littimer, que no conocía a miss Mowcher. -Bien, pues vas a conocerla -dijo Steerforth-. Es una de las siete maravillas del mundo... Cuando venga miss Mowcher, que pase.