marcha después de haber cambiado algunas palabras con no sotros, Emily no cogió de
nuevo el brazo de Ham, y andaba sola, todavía tímida y confusa. Yo admiraba la gracia y
la delicadeza de sus movimientos y Steerforth parecía de la misma opinión mientras les
mirábamos alejarse en la claridad de la luna nueva.
De pronto una mujer joven pasó a nuestro lado: era evidente que los seguía. No la
habíamos oído acercarse; pero vi un momento su rostro delgado, y me pareció recordarla.
Iba ligeramente vestida y tenía el aire atrevido y la mirada perdida y un aspecto de
mísera vanidad; pero por el mo mento no parecía pensar en nada; sólo tenía una idea en la
cabeza: alcanzarlos. Como el h orizonte se oscurecía a lo le jos no nos permitía ya
distinguir a Emily ni a su novio, y la mujer que los seguía desapareció también sin haber
ganado terreno sobre ellos. Después ya no vimos más que el mar y las nubes.
-Es un fantasma muy sombrío para seguir a esa muchacha -dijo Steerforth sin moverse¿Qué significa eso?
Hablaba en voz baja y con un acento que me pareció extraño.
-Le querrá pedir limosna -dije.
-Las mendigas no son raras aquí -dijo Steerforth-; pero es sorprendente que alguna haya
tomado esa forma esta noche.
-¿Por qué? -pregunté.
-Sencillamente -dijo después de un momento de silencio- porque precisamente estaba
yo pensando en algo semejante cuando ha aparecido; por eso me pregunto de dónde
diablos podrá haber salido.
-De la sombra que proyecta esta tapia, supongo -dije señalando un muro que seguía el
camino en el que acabamos de desembocar.
-En fin, ya ha desaparecido -respondió mirando por encima de su hombro-. ¡Ojalá la
desgracia desaparezca con ella! Vamos a comer.
Pero lanzó una nueva mirada por encima de su hombro hacia la línea del océano que
brillaba a lo lejos, y repitió muchas veces aquel movimiento. Todavía murmuró algunas
palabras entrecortadas durante el resto de nuestro camino, y no pareció olvidar el
incidente hasta que se encontró sentado en la mesa al lado de un buen fuego y a la
claridad de las velas.
Littimer nos esperaba y produjo sobre mí su efecto acostumbrado. Cuando le dije que
esperaba que mistress Steerforth y miss Dartle siguieran bien, me respondió en un tono
respetuoso (y naturalmente respetable) que me daba las gra cias, que estaban bastante bien
y que me saludaban. No me dijo más y, sin embargo, me pareció que decía claramente:
«Es usted muy joven; es usted extraordinariamente joven».
Casi habíamos acabado de comer cuando dio un paso fuera del rincón desde donde
vigilaba nuestros movimientos, mejor dicho los míos, y dijo a Steerforth:
-Perdón, señorito; miss Mowcher está aquí.
-¿Quién? -preguntó Steerforth con sorpresa.
-Miss Mowcher, señorito.
-¡Vamos! ¿Y qué ha venido a hacer aquí? Y-dijo Steerforth.
-Parece ser, señor, que es de esta región. Me han dicho que todos los años da una vuelta
profesional por este lado. La he encontrado en la calle esta mañana, y me ha preguntado
si podría tener el honor de presentarse aquí después de comer el señorito.
-¿Conoces a la gigante en cuestión, Florecilla? - me preguntó Steerforth.
Tuve que confesar con cierta vergüenza, por tener que ha cerlo ante Littimer, que no
conocía a miss Mowcher.
-Bien, pues vas a conocerla -dijo Steerforth-. Es una de las siete maravillas del mundo...
Cuando venga miss Mowcher, que pase.