vueltas y vueltas. No he sabido ha cer\ese aprendizaje, y me time sin cuidado. ¿Te he
dicho que he comprado un barco aquí?
-¡Qué especial eres, Steerforth! -exclamé deteniéndome, pues era la primera ve z que me
había hablado de ello-. Cuando, a lo mejor, no se te volverá a ocurrir el venir a este
pueblo.
-No oo sé; me he encaprichado con el lugar. Además -continuó apresurando el paso-, he
comprado un barco que estaba a la venta: un clíper, según dice míster Peggotty, y míster
Peggotty lo capitaneará en mi ausencia.
-Ahora lo comprendo, Steerforth -dije radiante-. Afirmas que has comprado ese barco
para ti, cuando en realidad es en beneficio de míster Peggotty; habría debido adivinarlo,
conociéndote como te conozco. Mi querido Steerforth, ¿cómo decirte todo lo que pienso
de tu generosidad?
-¡Chsss! -contestó enrojeciendo-; cuanto menos digas, mejor.
-¡Cuando te decía que no hay ni una alegría ni una pena ni una sola emoción de estas
buenas gentes que te pueda ser indiferente!
-Sí, sí -respondió él-; ya me has dicho todo eso. No hablemos más de ello, ¡basta!
Temiendo enfadarle si insistía sobre un asunto que él trataba tan a la ligera, me contenté
con continuar pensándolo mientras andábamos cada vez más deprisa.
-Es necesario que pongan el barco en buen estado -dijo Steerforth-. Encargaré a
Littimer que cuide de ello para que lo hagan bien. ¿Te he dicho que ha llegado Littimer?
-No.
-Pues sí; ha llegado esta mañana con una carta de mi madre.
Nuestros ojos se encontraron y observé que estaba pá lido hasta los labios; pero miraba
tranquilamente a los míos. Temí que algún altercado con su madre fuera la causa de la
disposición de ánimo en que le había encontrado en el hogar solitario de míster Peggotty
y le hice una ligera alusión.
-¡Oh no! -dijo moviendo la cabeza y riendo-. ¡Nada de eso! Como te decía, ha llegado
ese hombre.
-¿Está como siempre?
-Siempre el mismo-contestó Steerforth-, sereno, frío como el polo Norte. Se ocupará
del nuevo nombre que quiero hacer inscribir en el barco. Ahora se llama El petrel de la
tormenta; pero ¿qué le importa eso a míster Peggotty? Le he bautizado de nuevo.
-¿Con qué nombre?
--La pequeña Emily.
Continuaba mirándome de frente, y creí que era para recordarme que no le gustaba que
me extasiara ante sus delicadezas con aquellas pobres gentes. No pude por menos que
dejar ver la alegría que sentía; pero sólo dije algunas palabras; la sonrisa reapareció en
sus labios; parecía que le ha bían quitado un peso de encima.
-Pero mira -dijo mirando hacia adelante-, aquí está la pequeña Emily en persona. Y el
muchacho ese con ella. Por mi alma que es un fiel caballero; no la abandona ni un
instante.
Ham era en aquella época constructor de barcos. Había cultivado su gusto natural por
aquel oficio y había llegado a ser un obrero muy hábil. Llevaba su traje de trabajo y, a pesar de cierta rudeza, su aire de honradez y de viril franqueza hacían de él un protector
muy bien proporcionado para la preciosa criatura que llevaba a su lado. La lealtad de su
rostro, el orgullo y el cariño que le inspiraba Emily realzaban su buen aspecto, y yo me
decía, al verlos acercarse, que se compenetraban perfectamente en todos los sentidos.
Cuando los detuvimos para hablarles, ella soltó suave mente el brazo de su novio y
enrojeció tendiendo la mano a Steerforth y después a mí. Cuando volvieron a ponerse en