haber sido eso. Cuando me aburro, los cuentos de mi niñera me vienen a la memoria
desfigurados. Y creo que estaba convencido de que era yo el niño malo que nunca
obedece y al que se comen los leones. ¿Sabes? son de mayor efecto que los perros. Y lo
que las viejas llaman horror se me ha deslizado de la cabeza a los pies y me ha asustado a
mí mismo.
-Creo que nadie más podría asustarse -le dije.
-Quizás no; pero también yo tengo motivos para asustarme -contestó-. Bien, ya pasó, y
no me dejaré coger de nuevo, Davy; sin embargo, te lo repito, querido mío, hubiera sido
un bien para mí (y no sólo para mí) si yo hubiese tenido un padre que me aconsejara.
Su rostro era siempre muy expresivo; pero nunca le había visto exteriorizar un
sentimiento tan serio ni tan triste como cuando me dijo estas palabras con la mirada
todavía fija en el fuego.
-Pero ¡se acabó! -dijo haciendo como si sacudiera algo en el aire con la mano-. Ya ha
pasado todo y soy hombre de nuevo, como Macbeth. Y ahora a comer, si no he turbado el
festín con el más admirable desorden, Florecilla, también como Macbeth.
-Pero dime, ¿dónde se han ido todos?
-¡Dios sabrá! -dijo Steerforth-. Después de ir a la playa a esperarte me vine aquí
paseando y me encontré la casa de sierta. Esto me hundió en pensamientos tristes, y tú me
has encontrado sumergido en ellos.
La llegada de mistress Gudmige con una cesta al brazo explicaba el abandono de la
casa. Había salido precipitadamente a comprar algo que faltaba antes del regreso de Peggotty, que volvería con la marea, y había dejado la puerta abierta, por si Ham y Emily,
que debían volver temprano, llegaban en su ausencia. Steerforth, después de poner de
buen humor a mistress Gudmige con un alegre saludo y un abrazo de lo más cómico, se
agarró de mi brazo y me arrastró precipitadamente.
Había recobrado su buen humor al mismo tiempo que se lo había hecho recobrar a
mistress Gudmige, y de nuevo, con su alegría acostumbrada, estuvo vivo y hablador
mientras caminábamos.
-Y así -dijo alegr emente-, ¿abandonamos mañana esta vida de filibusteros?
-Así lo convinimos -contesté- y tenemos reservados los asientos en la diligencia, ya lo
sabes.
-Sí; no hay más remedio -suspiró Steerforth-. Había olvidado que existiese otra cosa en
el mundo que no fuera balancearse sobre el mar en este pueblo. ¡Y es lástima que no sea
así!
-Mientras durase la novedad al menos -dije riéndome.
-Es posible -replicó-, aunque es una observación muy sarcástica para un amiguito
modelo de inocencia, como mi Florecilla. Bien, no lo niego, soy caprichoso, Davy. Sé
que lo soy; pero mientras el hierro está caliente sé aprove charme y batirle con vigor. Te
aseguro que podría soportar un duro examen como piloto en estos mares.
-Míster Peggotty dice que eres asombroso -repliqué.
-Un fenómeno náutico ¿eh? -rió Steerforth.
-Estoy seguro, y tú sabes que es verdad, conociendo lo ardiente que eres cuando
persigues un objeto y lo fácilmente que lo haces maestro en cualquier cosa. Pero lo que
siempre me sorprende, Steerforth, es que te contentes con emplear de un modo tan
caprichoso tus facultades.
-¿Contentarme? -respondió alegremente-. No estoy nunca contento de nada, no siendo
de tu ingenuidad, mi que rido Florecilla; en cuanto a mis caprichos, todavía no he
aprendido el arte de atarme a una de esas ruedas en que los ixionides, modernos dan