El camino más corto para volver a Yarmouth después de aquellos largos paseos era
cruzando el río. Desembarcaba en la arena que se extiende entre la ciudad y el mar y atravesaba un espacio deshabitado, que me ahorraba una larga vuelta por la carretera. En mi
camino encontraba la casa de míster Peggotty, y siempre entraba un momento. Steerforth
me esperaba, por lo general, allí y nos dirigíamos juntos a través de la niebla hacia las
luces que brillaban en la ciudad. Una oscura noche, en que volvía más tarde que de
costumbre (aquel día había hecho mi última visita a Bloonderstone, pues nos
preparábamos para marchar) le encontré solo en casa de míster Peggotty, sentado pensativo ante el fuego. Estaba tan intensamente sumergido en sus reflexiones que no se dio
cuenta de mi llegada. Esto, naturalmente, podía haber ocurrido aunque hubiera estado
menos absorto, pues los pasos se oían muy poco en la arena de fuera; pero mi entrada no
le distrajo. Me había acercado a él y le miraba; pero seguía sombrío y perdido en sus
meditaciones.
Se estremeció de tal modo cuando puse la mano sobre su hombro, que también me hizo
estremecer a mí.
-Caes sobre mí como un fantasma - me dijo con cólera.
-De alguna manera tenía que anunciarme -repliqué-. ¿Es que lo he hecho caer de las
estrellas?
-No -me contestó---, no.
-¿O subir de no sé dónde entonces? --dije sentándome a su lado.
-Miraba las figuras que hacía el fuego --contestó.
-Pero me las vas a estropear, y yo no podré ver nada - le dije, pues movía vivamente el
fuego con un trozo de madera encendida, y las chispas, huyendo por la pequeña
chimenea, se perdían en el aire.
-No habrías visto nada -replicó- Este es el momento del día que más detesto; no es de
noche ni de día. ¡Qué tarde vuelves hoy! ¿Dónde has estado?
-He ido a despedirme de mi paseo habitual.
-Y yo lo he estado esperando aquí -dijo Steerforth lanzando una mirada alrededor de la
habitación y pensando que toda la gente que encontramos tan dichosa la noche de nuestra
llegada podia (a juzgar por el presente aspecto desolado de la casa) dispersarse o morir o
verse amenazada de no sé qué desgracia- Davy, ¿por qué no ha querido Dios que tuviera
yo un padre a mi lado desde hace veinte años?
-Mi querido Steerforth, ¿qué te pasa?
-¡Querría con toda mi alma que me hubieran guiado mejor! ¡Querría con toda mi alma
ser capaz de ser más bueno! -exclamó.
Había una apasionada depresión en sus modales que me sorprendió por completo. Se
parecía tan poco a él mismo, que nunca hubiera podido imaginármelo.
-Sería mejor ser este pobre Peggotty o el cabezota de su sobrino --dijo levantándose y
apoyándose contra la chime nea, todavía mirando el fuego- mejor que ser lo que soy,
veinte veces más rico y más instruido, y no estar, en cambio, atormentado como lo estoy
desde pace más de media hora en esta barca del demonio...
Me sorprendía tanto aquel cambio, que al principio sólo le raba en silencio, mientras él
continuaba con la cabeza apoyada en la mano mirando sombríamente el fuego. Por último
le pedí, con toda la ansiedad que sentía, que me contase lo que le había sucedido que le
contrariaba tanto y que me dejara compartir con él su pena, si es que no podia aconsejarle. Antes de que hubiera terminado ya estaba riendo, al principio un poco forzado; pero
pronto con su franca alegría.
-No es nada, Florecilla, nada; te lo aseguro. Ya te dije en el hotel de Londres que a
veces era un compañero pesado para mí mismo. He tenido ahora una pesadilla; debe de