hablar, Emily. Viene a verte desde muy lejos con el señorito Davy, en la noche más
dichosa de la vida de tu tío. Suceda lo que suceda, ¡viva el día de hoy!
Después de soltar esta arenga sin tomar aliento y con extraordinaria animación, míster
Peggotty puso sus enormes manos a cada lado del rostro de su sobrina y la besó una
docena de veces; después, con orgullo y cariño, apoyó la cabecita sobre su fuerte pecho y
le acarició los cabellos con dulzura de mujer. Por fin la dejó escapar (ella corrió a la
habitacioncita donde yo solía dormir), y mirándonos a todos sofocado en su exagerada
alegría:
-Sí, ¡dos caballeros como ustedes, caballeros de nacimiento y semejantes caballeros!
-dijo míster Peggotty...
-Eso es, eso es -exclamó Ham-; bien dicho. Eso es, señorito Davy, ¡dos caballeros de
nacimiento, eso es!
-Sí; dos caballeros como ustedes, dos verdaderos caballeros -repitió míster Peggotty-, si
no pueden excusarme por estar en este estado de ánimo, cuando se enteren de los motivos
me perdonarán. Emily, mi querida Emily sabe lo que voy a decir, y por eso se ha
escapado. ¿Quiere usted ser tan buena, mistress Gudmige, de ir a buscarla un momento?
Mistress Gudmige asintió con la cabeza y desapareció.
-Si esta no es -dijo míster Peggotty sentándose entre nosotros delante del fuego- la
noche más hermosa de mi vida soy un cangrejo, y hasta cocido. Esta pequeña Emily,
señorito --dijo a Steerforth bajando la voz-, la que ha visto usted aquí toda confusa hace
un momento...
Steerforth solamente hizo un signo con la cabeza, pero con una expresión tan
complacida y de interés, participando en los sentimientos de mí ster Peggotty, que este
último le contestó como si hubiera hablado.
-Eso es, así es ella; gracias, señorito.
-Ham hizo gestos en varias ocasiones como si él también quisiera decir lo mismo.
-Esta pequeña Emily nuestra -repitió míster Peggotty- ha sido en esta casa lo que yo
supongo (soy un hombre ignorante, pero este es mi parecer), lo que nadie más que una
criatura así, de ojos claros, puede ser en una casa. No es mi hija, nunca he tenido hijos;
pero no la podría querer más si lo fuera. ¿Me comprende usted? No sería posible.
-Lo comprendo perfectamente --dijo Steerforth.
-Lo sé, señorito -repuso míster Peggotty-, y le doy las gracias de nuevo. El señorito
Davy que puede recordar lo que era Emily, y usted puede juzgar por sí mismo lo que es
ahora-, pero ninguno de los dos pueden saber por completo lo que ha sido, es y será para
un cariño como el mío. Soy rudo, señor -dijo míster Peggotty-, soy rudo como un
puercoespín; pero nadie (de no ser una mujer) puede comprender lo que nuestra pequeña
Emily es para mí. Y, entre nosotros -dijo bajando todavía más la voz-, el nombre de esa
mujer no sería el de mistress Gudmige, aunque tiene un montón de cualidades.
Míster Peggotty se enmarañó de nuevo sus cabellos con las dos manos, como
preparándose a lo que todavía tenía que decir, y luego, apoyando cada una en una de sus
rodillas, pros iguió:
-Había cierta persona que conocía a nuestra Emily desde el tiempo en que su padre
murió ahogado y que la estaba viendo constantemente, de niña, de muchacha, de mujer.
No de muy buen ver, algo en mi estilo, rudo, muy marinero, pero un completo y honrado
muchacho, que tiene el corazón en su sitio.
Pensé que nunca había visto a Ham enseñar los dientes como lo hacía en aquel
momento, sonriendo en silencio frente a nosotros.
-Y he aquí que ese bendito marinero va y pierde su corazón por nuestra pequeña Emily
--dijo míster Peggotty con el rostro cada vez más resplandeciente- La sigue por todas