Charles Dickens | Page 19

Peggotty se refería a su sobrino Ham, ya mencionado en el primer capítulo; pero hablaba de él como de una parte de la gramática inglesa. Aquel programa de delicias me cautivó, y contesté que ya lo creo que me divertiría; pero ¿qué diría mi madre? -Apuesto una guinea -dijo Peggotty mirándome intensamente- a que nos deja. Si quieres, se lo pregunto en cuanto vuelva. ¡Ahí mismo! -Pero, ¿qué hará ella mientras no estemos? -dije, apoyando mis codos pequeños en la mesa como para dar más fuerza a mi pregunta-. ¡No va a quedarse sola! Si lo que buscó Peggotty de pronto en la media era el roto que cosía, verdaderamente debía de ser tan pequeño que no merecía la pena de repasarlo. -Digo, Peggotty, que sabes muy bien que no podría vivir sola. -¡Dios te bendiga! -exclamó al fin Peggotty, mirándome de nuevo-. ¿No lo sabes? Tu madre va a pasar quince días con mistress Grayper. Y mistress Grayper va a tener en su casa mucha gente. ¡Oh! Siendo así, estaba completamente dispuesto a ir. Es peré con la más viva impaciencia a que mi madre volviera de casa de mistress Grayper (pues estaba en casa de aquella misma vecina) para estar seguro de que nos dejaba llevar a cabo la gran idea. Sin ni mucho menos sorprenderse, como yo esperaba, mi madre consintió enseguida en ello; y todo quedó arreglado aquella misma noche: ha sta lo que pagarían por mi alojamiento y manutención durante la visita. El día de nuestra partida llegó pronto. Lo habían fijado tan cercano, que llegó pronto hasta para mí, que lo esperaba con febril impaciencia y que temía que un temblor de tierra, una erupción volcánica o cualquier otra gran convulsión de la naturaleza viniera a interponerse interrumpiendo la expedición. Debíamos ir en el coche de un carretero que partía por la mañana después del desayuno. Hubiera dado dinero por haber podido vestirme la noche anterior y dormir ya con sombrero y botas. ¡Con qué emoción recuerdo ahora, aunque parezca que lo digo como algo sin importancia, la alegría con que abandoné mi feliz hogar, sin sospechar siquiera lo que dejaba para siempre! Me gusta recordar que, cuando el carro estaba a la puerta y mi madre me besaba, una gran ternura por ella y por el viejo lugar que nunca había abandonado me hizo llorar. Y me gusta saber que mi madre también lloraba y que yo sentía latir su corazón contra el mío. Me gusta recordar que cuando el carro empezó a alejarse, mi madre corrió tras él por el camino, mandándole parar, para darme más besos, y me gusta saber la gravedad y el cariño con que apretaba su cara contra la mía, y yo también. Mi madre se quedó en la carretera, y cuando ya partimos, míster Murdstone apareció a su lado. Me pareció que le reprochaba el estar tan conmovida. Yo los miraba a través de los barrotes del carro, preocupado con la idea de por qué ese señor se metería en aquello. Peggotty, que también estaba mirando, no parecía nada satisfecha; se lo noté en cuanto le miré a la cara. Durante algún tiempo permanecí mirando a Peggotty y pensando que si ella quisiera abandonarme, como a los niños en los cuentos de hadas, yo sería capaz de volver a encontrar el camino de casa guiándome sólo por los botones que, seguramente, se le irían cayendo. CAPÍTULO III UN CAMBIO