Charles Dickens | Page 182

Respondí, ruborizado, que, en efecto, debía de ser por eso. -¡Ah! -dijo miss Dartle-. ¡Cómo me alegro de saberlo! Pregunto para instruirme, y estoy encantada cuando sé algo nuevo. Steerforth piensa que es usted un inocente, y le hace su amigo. ¡Es verdaderamente encantador! Después de decir esto se retiró a acostarse, y también mistress Steerforth. Él y yo, después de charlar como una media hora de Traddles y los demás compañeros de Salem House, subimos juntos. La habitación de Steerforth estaba contigua a la mía, y entré un momento a verla. Tenía aspecto de gran comodidad, llena de butacones, de cojines y de taburetes bordados por la mano de su madre; no faltaba un deta lle de lo que puede hacer a una alcoba agradable. Por último, un hermoso retrato de su madre colgaba de la pared en un cuadro, y miraba a su hijo querido como si hasta en su sueño necesitara verle. En mi habitación encontré encendido el fuego, y las cortinas del lecho y de la ventana echadas me dieron una impresión acogedora. Me senté en un sillón ante la chimenea para pensar en mi felicidad, y estaba hundido en su contemplación desde hacía ya un rato cuando mis ojos se encontraron con un retrato de miss Dartle que me miraba con sus agudos ojos desde encima de la chimenea. El parecido era extraordinario, tanto de rasgos como de expresión. El pintor había suprimido la cicatriz; pero yo se la veía; allí estaba, apareciendo y desapareciendo; tan pronto se veía sólo en el labio superior, como durante la comida, como se presentaba en toda su extensión, como había observado cuando se apasionaba. Me pregunté con impaciencia por qué no habrían puesto en cualquier otro sitio aquel retrato en lugar de ponerlo en mi cuarto. Para dejar de verla me desnudé deprisa, apagué la luz y me metí en la cama. Pero mientras me dormía no podía olvidar que estaba mirándome. «¿Es realmente así? Deseo saberlo.» Y cuando me desperté a media noche, me di cuenta de que estaba rendido de tanto preguntar a todo el mundo en sueños «si era realmente así o no», sin comprender a qué me refería. SEGUNDA PARTE CAPÍTULO PRIMERO LA PEQUEÑA EMILY Había un criado en aquella casa, un hombre que, según comprendí, acompañaba a todas partes a Steerforth y que había entrado a su servicio en la Universidad. Aquel hombre era en apariencia un modelo de respetabilidad. Yo no recuerdo haber conocido en su categoría a alguien más respetable. Era taciturno, andaba suavemente, muy tranquilo en sus movimientos, deferente, observador, siempre a mano cuando se le necesitaba y nunca cerca cuando podía molestar. A pesar de todo, su mayor virtud era su respetabilidad. No era nada humilde y hasta parecía un poco altanero. Tenía la cabeza redonda y rapada, hablaba con suavidad y tenía un modo especial de silbar las eses, pronunciándolas tan claras que parecía que las usaba más a menudo que nadie; pero todas sus peculiaridades contribuían a su respetabilidad. Si hubiese tenido una nariz desmesurada habría sabido hacer que resultase respetable. Vivía rodeado de una atmósfera de dignidad y andaba con pie firme por ella. Habría sido imposible sospechar de él nada malo. ¡Era tan respetable! A nadie se le habría ocurrido ponerle de librea, tanta era su respetabilidad, ni obligarle a desempeñar un trabajo inferior; ha bría sido un insulto a los sentimientos de un hombre tan respetable. Y pude observar que las criadas de la casa tenían instintivamente conciencia de ello y lo hacían todo, mientras él, por lo general, leía el periódico sentado ante la chimenea.