Respondí, ruborizado, que, en efecto, debía de ser por eso.
-¡Ah! -dijo miss Dartle-. ¡Cómo me alegro de saberlo! Pregunto para instruirme, y estoy
encantada cuando sé algo nuevo. Steerforth piensa que es usted un inocente, y le hace su
amigo. ¡Es verdaderamente encantador!
Después de decir esto se retiró a acostarse, y también mistress Steerforth. Él y yo,
después de charlar como una media hora de Traddles y los demás compañeros de Salem
House, subimos juntos. La habitación de Steerforth estaba contigua a la mía, y entré un
momento a verla. Tenía aspecto de gran comodidad, llena de butacones, de cojines y de
taburetes bordados por la mano de su madre; no faltaba un deta lle de lo que puede hacer a
una alcoba agradable. Por último, un hermoso retrato de su madre colgaba de la pared en
un cuadro, y miraba a su hijo querido como si hasta en su sueño necesitara verle.
En mi habitación encontré encendido el fuego, y las cortinas del lecho y de la ventana
echadas me dieron una impresión acogedora. Me senté en un sillón ante la chimenea para
pensar en mi felicidad, y estaba hundido en su contemplación desde hacía ya un rato
cuando mis ojos se encontraron con un retrato de miss Dartle que me miraba con sus
agudos ojos desde encima de la chimenea.
El parecido era extraordinario, tanto de rasgos como de expresión. El pintor había
suprimido la cicatriz; pero yo se la veía; allí estaba, apareciendo y desapareciendo; tan
pronto se veía sólo en el labio superior, como durante la comida, como se presentaba en
toda su extensión, como había observado cuando se apasionaba.
Me pregunté con impaciencia por qué no habrían puesto en cualquier otro sitio aquel
retrato en lugar de ponerlo en mi cuarto. Para dejar de verla me desnudé deprisa, apagué
la luz y me metí en la cama. Pero mientras me dormía no podía olvidar que estaba
mirándome. «¿Es realmente así? Deseo saberlo.» Y cuando me desperté a media noche,
me di cuenta de que estaba rendido de tanto preguntar a todo el mundo en sueños «si era
realmente así o no», sin comprender a qué me refería.
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO PRIMERO
LA PEQUEÑA EMILY
Había un criado en aquella casa, un hombre que, según comprendí, acompañaba a todas
partes a Steerforth y que había entrado a su servicio en la Universidad. Aquel hombre era
en apariencia un modelo de respetabilidad. Yo no recuerdo haber conocido en su
categoría a alguien más respetable. Era taciturno, andaba suavemente, muy tranquilo en
sus movimientos, deferente, observador, siempre a mano cuando se le necesitaba y nunca
cerca cuando podía molestar. A pesar de todo, su mayor virtud era su respetabilidad. No
era nada humilde y hasta parecía un poco altanero. Tenía la cabeza redonda y rapada,
hablaba con suavidad y tenía un modo especial de silbar las eses, pronunciándolas tan
claras que parecía que las usaba más a menudo que nadie; pero todas sus peculiaridades
contribuían a su respetabilidad. Si hubiese tenido una nariz desmesurada habría sabido
hacer que resultase respetable. Vivía rodeado de una atmósfera de dignidad y andaba con
pie firme por ella. Habría sido imposible sospechar de él nada malo. ¡Era tan respetable!
A nadie se le habría ocurrido ponerle de librea, tanta era su respetabilidad, ni obligarle a
desempeñar un trabajo inferior; ha bría sido un insulto a los sentimientos de un hombre
tan respetable. Y pude observar que las criadas de la casa tenían instintivamente
conciencia de ello y lo hacían todo, mientras él, por lo general, leía el periódico sentado
ante la chimenea.