medallón con unos buclecitos. Me enseñó otro de la época en que yo le había conocido, y
sobre su pecho llevaba otro actual. Todas las cartas que le había escrito su hijo las guardaba en un secreter cercano al sillón en que se sentaba junto a la chimenea, y me quiso
leer algunas de ellas, y a mí me hubiera gustado mucho oírlas; pero Steerforth se
interpuso y no la dejó hacerlo.
-Es en el colegio de míster Creakle donde mi hijo y us ted se conocieron, ¿verdad? -dijo
mistress Steerforth ha blando conmigo, mientras su hijo y miss Dartle jugaban a los
dados-. Recuerdo; entonces me hablaba de un niño más pequeño que él a quien quería
mucho; pero su nombre, como puede usted suponer, se ha borrado de mi memoria.
-Era muy generoso y noble conmigo, se lo aseguro --dije-, y yo estaba muy necesitado
entonces de un amigo así. Habría sido muy desgraciado allí sin él.
-Es siempre generoso y noble --dijo mistress Steerforth con orgullo.
Asentí con todo mi corazón, Dios lo sabe. Ella también lo sabía, y su altanería se
humanizaba para mí, excepto cuando alababa a su hijo, que recobraba todo su orgullo.
-Aquel no era un buen colegio para mi hijo, ni mucho menos; pero había que tener en
cuenta circunstancias de ma yor importancia aun que la e lección de profesores. El espí ritu
independiente de mi hijo hacía indispensable que estuviera a su lado un hombre que
reconociera su superioridad y se doblegara ante él. En míster Creakle encontramos al
hombre que nos hacía falta.
No me decía nada nuevo, pues conocía bien al individuo, y además aquello no me hacía
tener peor opinión de él. Encontraba muy disculpable que se hubiera dejado dominar por
el encanto irresistible de Steerforth.
-La gran capacidad de mi hijo aumentó allí gracias a un sentimiento de emulación
voluntaria y de orgullo consciente -continuó diciendo con entusiasmo la señora---. Contra
la tiranía se habría revelado; en cambio, como se sentía dueño y señor, quiso ser digno de
su situación. Aquello era muy suyo.
Respondí con toda mi alma que le reconocía muy bien en aquel rasgo.
-Y así fue, por su propia voluntad, y sin ninguna presión, el primero, como lo será
siempre que se proponga destacarse de los demás -prosiguió mistress Steerforth-. Mi hijo
me ha dicho, míster Copperfield, que us ted le quería mucho y que ayer, al encontrarle, se
dio usted a conocer con lágrimas de alegría. Sería afectación en mí si pretendiera sorprendenne de que mi hijo inspire semejantes emociones; pero no puedo permanecer
indiferente ante quien reconoce sus mé ritos, y estoy muy contenta de verle a usted aquí, y
puedo asegurarle que él también siente por usted una amistad nada vulgar, y que puede
contar desde luego con su protección.
Miss Dartle jugaba a los dados con el mismo ardor que ponía en todo. Tanto es así, que
si la primera vez la hubiera visto jugando, habría pensado que su delgadez y el brillo de
sus ojos eran consecuencia de aquella pasión más que de otra cualquiera. Sin embargo, o
estoy muy equivocado, o no perdía una palabra de la conversación, ni un matiz de la
alegría con que yo escuchaba a mistress Steerforth, sintiéndome ha lagado con su
confianza y creyéndome ya mucho más viejo que cuando salí de Canterbury. Hacia el fin
de la velada trajeron vasos y licores, y Steerforth, sentado delante de la chimenea, me
prometió pensar seriamente en acompañarme en mi viaje.
-No nos come prisa -decía---, tenemos una semana por delante.
Su madre, también muy hospitalaria, me repitió lo mismo. Mientras hablábamos,
Steerforth me llamó varias veces florecilla del campo, lo que atrajo de nuevo las
preguntas de miss Dartle.
-Pero ¿realmente, míster Copperfield - me preguntó-, es un mote? ¿Por qué le llama así?
¿Quizá... porque le parece usted muy joven a inocente? ¡Soy tan torpe para estas cosas!