Charles Dickens | Page 176

puerta pasé al lado del joven que acababa de entrar. Volví la cabeza, y después volví atrás y le miré de nuevo. No me reconocía; pero yo le conocí al instante. En otra ocasión quizá me habría faltado el valor para saludarle y lo hubiese dejado para el día siguiente, desperdiciando así la ocasión de hablarle; pero en el estado de ánimo en que me había puesto el teatro me pareció que la protección que siempre me había prestado merecía toda mi gratitud, y el cariño tan espontáneo que siempre había sentido por él resurgió al acercarme sintiéndome latir el corazón. -¿Por qué no me hablas, Steerforth? Me miró como miraba él siempre; pero vi que no me reconocía. -Temo que no me recuerdas -dije. -¡Dios mío! -exclamó de pronto-. ¡Si es el pequeño Copperfield! Le cogí las dos manos, y no podía decidirme a soltarlas. Sin la tonta vergüenza y el temor de disgustarle habría saltado a su cuello deshecho en lágrimas. -Nunca, nunca he tenido una alegría más grande, mi querido Steerforth. -Yo también estoy encantado -dijo estrechándome las manos con fuerza-; pero, Copperfield, muchacho, no te emociones tanto. Sin embargo, creo que le halagaba ver toda la emoción que aquel encuentro me producía. Me enjugué precipitadamente las lágrimas, que no había podido retener a pesar de todos mis esfuerzos, y traté de reír; después nos sentamos uno al lado de otro. -¿Y qué haces por aquí? -me dijo Steerforth dándome en el hombro. -He llegado hoy en la diligencia de Canterbury. Me ha adoptado una tía que vive allí, y acabo de terminar mi educación. ¿Y tú, cómo estás por aquí, Steerforth? -Verás; es que soy lo que llaman un hombre de Oxford; es decir, que voy allí a aburrirme de muerte periódicamente; pero ahora estoy en camino a casa de mi madre. Estás hecho un guapo muchacho, Copperfield, con tu carita amable. Y ahora que te miro, estás igual que siempre, no has cambiado nada. -¡Oh!, yo sí que te he reconocido enseguida. Pero es que a ti es difícil olvidarte. Se echó a reír, pasándose la mano por sus bucles espesos, y dijo alegremente: -Pues sí; me encuentras en un viaje de obligación. Mi madre vive un poco alejada de Londres, y allí voy; pero los caminos están tan malos y se aburre uno tanto en aquella casa, que he interrumpido mi viaje esta noche. Sólo hace unas horas que estoy en Londres, y he pasado el tiempo con desagrado o durmiendo en el teatro. -Yo también vengo del teatro; he estado en Coven Garden. ¡Qué magnífico teatro, Steerforth, y qué deliciosa no che he pasado en él! Steerforth se reía con toda su alma. -Mi querido y pequeño Davy --dijo dándome otra vez en el hombro-, eres una verdadera florecilla. La margarita de los campos al salir el sol no está más fresca ni mas pura que tú. Yo también he estado en Coven Garden y no he visto en mi vida nada mas mezquino. ¡Mozo! Llama, dirigiéndose al camarero, que había seguido con mucha atención, y a cierta distancia, nuestro encuentro y que ahora se acercaba respetuoso. -¿Dónde han puesto a mi amigo Copperfield? -le preguntó Steerforth. -Perdón, señor. -Digo que dónde va a dormir, cuál es su número. Ya me comprendes -añadió Steerforth. -Sí, señor -dijo el mozo como disculpándose-. Por el momento, míster Copperfield está en el número cuarenta y cuatro. -¿Y en qué diablos está usted pensando -replicó Steerforth- para poner a míster Copperfield en una habitación tan pequeña y encima del establo'?