-Davy, ¿qué? --dijo el caballero-. ¿Jones?
-Copperfield -dijo Murdstone.
-¡Ah, vamos! ¡El estorbo de la seductora mistress Copperfield, la viudita bonita!
-exclamó el caballero.
-Quinion -dijo Murdstone-, tenga usted cuidado. Hay gente muy avispada.
-¿Quién? -preguntó el otro, riéndose.
Yo miré enseguida hacia arriba; tenía mucha curiosidad por saber de quién hablaban.
-Hablo de Brooks de Shefield -dijo míster Murdstone.
Me tranquilicé al saber que sólo se trataba de Brooks de Shefield, porque en el primer
momento había creído que ha blaban de mí.
Debía de haber algo muy cómico en la fama de míster Brooks de Shefield, pues los
otros dos caballeros se echaron a reír al oírle nombrar, y a míster Murdstone también
pareció divertirle mucho. Después que hubieron reído un rato, el caballero a quien habían
llamado Quinion dijo:
-¿Y cuál es la opinión de Brooks de Shefield en lo que se refiere al asunto?
-No creo que Brooks entienda todavía mucho de ello -replicó míster Murdstone-; pero
en general no me parece favorable.
De nuevo hubo más risas, y míster Quinion dijo que iba a mandar traer una botella de
sherry para brindar por Brooks. Cuando trajeron el vino me dio también a mí un poco con
un bizcocho, y antes de que me lo bebiera, levantándome el vaso, dijo:
-¡A la confusión de Brooks de Shefield!
El brindis fue recibido con aplausos y grandes risas, lo que me hizo reír a mí también.
Entonces ellos rieron todavía más. En resumen, nos divertimos mucho.
Luego estuvimos paseando; después nos fuimos a sentar en la hierba, y más tarde lo
estuvimos mirando todo a través de un telescopio. Yo no podía ver nada cuando lo ponían
ante mis ojos, pero decía que veía muy bien. Después volvimos al hotel para almorzar.
Todo el tiempo que estuvimos en la calle los amigos de míster Murdstone fumaron sin
cesar, lo que, a juzgar por el olor de su ropa, debían de estar haciendo desde que habían
salido los trajes de casa del sastre. No debo olvidar que fuimos a visitar el yate. Allí ellos
tres bajaron a una cabina donde estuvieron mirando unos papeles. Yo los veía
completamente entregados a su trabajo cuando se me ocurría mirar por la claraboya
entreabierta. Durante aquel tiempo me dejaron con un hombre encantador, con
abundantes cabellos rojos y un sombrero pequeño y barnizado encima. También llevaba
una camisa o un jersey rayado, sobre la que se veía escrito en letras mayúsculas Alondra.
Yo pensé que sería su nombre, y que, como vivía en un barco y no tenía puerta donde
ponerlo, se lo ponía encima; pero cuando le llamé míster Alondra me dijo que aquel no
era su nombre, sino el del barco.
Durante todo el día pude observar que míster Murdstone estaba más serio y silencioso
que los otros dos caballeros, los cuales parecían muy alegres y despreocupados, bromeando de continuo entre ellos, pero muy rara vez con él. También me pareció que era más
inteligente y más frío y que lo miraban con algo del mismo sentimiento que yo
experimentaba. Pude observar que una o dos veces, cuando míster Quinion hablaba,
miraba de reojo a míster Murdstone, como para cerciorarse de que no le estaba
desagradando; y en otra ocasión, cuando míster Pannidge (el otro caballero) estaba más
entusiasmado, Quinion le dio con el pie y le hizo señas con los ojos para que mirase a
míster Murdstone, que estaba sentado aparte y silencioso. No recuerdo que míster Murdstone se riera en todo el día, excepto en el momento del brindis por Shefeld, y eso porque
había sido cosa suya.